El filósofo francés
Jean Jacques Rousseau decía que el hombre nace bueno pero la sociedad lo
pervierte. Yo creo que no le faltó razón a este pensador del siglo de las luces.
Pienso que los seres humanos nacemos con corazón bueno, naturalmente dispuesto
a amar y hacer lo que la conciencia juzgue humano o bien. Por esto “los
monstruos” (metáfora para referirse a las personas crueles) no lo son por
esencia, sino por transformación. Tales transformaciones negativas se operan en
contextos sociales en que imperan las injusticias, la impunidad, las
desigualdades de todo tipo, entre otras. En efecto, la gente que cae en la
tentación de prosperar siguiendo el camino “fácil” de la maldad y del odio estima
que pasar por el amor es lento e improductivo. Como consecuencia el prójimo no
es visto como otra víctima de la coyuntura, al igual que nosotros, sino como la
causa de nuestra infortuna, de ahí la idea de buscar la felicidad propia rechazando
u odiando al otro. En este razonamiento se fundamentan plagas como la
xenofobia, el racismo o el tribalismo. Nos hubiera gustado que lo que hemos
venido diciendo hasta aquí fuera pura especulación y nada más, pero
desafortunadamente es la triste realidad que vivimos, como lo vamos a ver en
Camerún.
Si no lo sabían,
Camerún es un pequeño país que se extiende sobre unos 475,445 km2 con
una población estimada a 26.545.863 habitantes en 2020. El dato que nos
interesa aquí es que esta comunidad humana viene compuesta por unas 240 etnias,
con igual número de lenguas locales. Esta riqueza humana y cultural que hubiera
podido constituir el trampolín para erizar una sociedad única en su diversidad
armoniosa es desafortunadamente manipulada y las comunidades tribales puestas
en antagonismo por intelectuales y políticos.
En efecto, parece
que el tribalismo despierta entre los cameruneses principalmente cuando se
preparan las elecciones, las presidenciales en particular. Fue el caso en 2018.
Otro tanto suele ocurrir en Costa de Marfil y otros países africanos con
diversidad étnica importante. En Camerún, en este contexto, ciertos
intelectuales o por intereses ocultos, o para darse importancia, o para
aumentar su comunidad de seguidores se lanzan en la empresa arriesgada de crear
conceptos para catalogar y caracterizar las etnias así como su funcionamiento
en el marco nacional de convivencia. Haciéndolo no prescinden de etiquetas que
vivifican la radicalización y fomentan el tribalismo. Es el caso de etiquetas
como “sardinard”, “tontinard”, “kamtaliban”, etc. (no las vamos a explicar
detalladamente aquí por lo complejo de su origen) en cuya etimología entran respectivamente algunos vicios durante
la campaña electoral, una práctica cultural de los pueblos del Oeste de Camerún
y el nombre de un candidato que se asocia a la idea de terroristas invasores.
Estas etiquetas discriminatorias se emplean para designar a los partidarios de
determinado candidato generalmente por su origen tribal. Lo más lamentable en
el asunto es que los iniciadores de tal violencia verbalizada son
intelectuales, catedráticos, periodistas, visiblemente pagados para realizar
esta tarea sucia: crear antagonismos entre las comunidades, lo cual obstaculiza
la consolidación de uniones electorales poderosas.
Como reza el dicho,
el diablo que se dibuja en la pared termina entrando en la casa, después de las
elecciones se observa que el odio va ganando más terreno en los corazones. Así
se esfuman despacito el amor y el humanismo inherentes en cada hijo de Dios, lo
cual en otros países desembocó en genocidios y guerras civiles; siendo el caso
de Ruanda en los años 90 el más memorable. Volviendo a lo nuestro, recordemos
que la historia nos enseña que los pueblos de Camerún en el pasado fueron muy
fraternales y solidarios cuando se trató por ejemplo de luchar contra la
presencia colonial francesa. Además existen muchos casos en que unos forasteros
fueron aceptados no solo como miembros de determinada comunidad que no era suya
sino también que unos llegaron a ocupar hasta cargos de nobleza. En la
generación de nuestros padres existen muchos casos en que uno lleva un nombre
que no pertenece a su tribu, que le fue atribuido para celebrar una amistad o
agradecer por algún favor. Así pues, a través del nombre del tocayo, el
apellido sigue perpetuándose en distintas familias hasta tal punto que a veces
queda confuso su origen tribal. Subrayamos estos detalles para demostrar que estamos
perdiendo valores preciosos de fraternidad y de convivencia harmoniosas a causa
de intereses egoístas de una clase política obsesionada por el poder y que lo pone
todo en marcha para dividir y debilitar los esfuerzos de su pueblo. Si la gente
no percibe la verdadera raíz del problema estaremos peleándonos por una causa
errónea, matándonos entre nosotros mientras otros estarán sacando provecho de
la nuestra sangre que se derrama inocentemente.
Gils da Douanla
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