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Uno de mis curas tuvo que escaparse
por piernas 3000 km atravesando el Congo, durmiendo de día y caminando de
noche. Esta les amparaba en su huida loca para alejarse del genocidio de Rwanda
y llegar al Congo Brazza o a Centroáfrica. Eran como 50 familias. Tres meses después, al borde del turbulento
río Oubangui, las piernas del 80% ya habían fallado. Uno de los pocos, que
logró atravesar en una mísera piragua, un joven fuerte de espíritu en un
entorno descarnado y estresante, llegó a Centroáfrica y fue acogido por la
diócesis de Bangassou en donde hoy está incardinado como sacerdote. Pobres
todos aquellos que murieron en aquella salvaje travesía de adultos y de niños!!
Son los pobres inmigrantes de este mundo.
Pensaba en esto viendo correr los que atravesaron la valla en
Ceuta hace unas semanas creyendo que iban a ver jugar a Messi, mientras
sus madres, alocadas, les llamaban desde las ventanas y se desesperaban por
unos chavales, ya eslabones perdidos en esa preciosa ciudad del sur. ¡Pobres
inconscientes! En sus casas, en familia, menores no acompañados (Menas),
siempre estarán mejor que pateando calles como peonzas… Ni Ongs especializadas
los educarán mejor que sus propias familias.
Pararle los pies, sí, eso
es lo que quisieron hacer al pobre Obispo de Rumbeck (Sur Sudan),
Monseñor Christian Carlassare, (comboniano de 44 años) pastor de
una iglesia violentísima en plena guerra civil de la que ha sido nombrado
Obispo el 8 de marzo pasado. Lleva en Sudán desde 2004 y se ha tragado con su
gente empobrecida una guerra civil muy cruenta. En Sudán todo el país está
empobrecido, no sólo las personas y las familias. Christian huele a oveja y
tiene un corazón de carne. Dice, como los padres de la Iglesia, que no
hay que odiar a los asesinos sino lo que hacen y las miserias que provocan. Que sólo el perdón crea puentes, que el
odio entre etnias los destruye. Por eso, unos pirados, exaltados o
sicarios, nunca lo sabremos, entraron en su casa en el mes de abril y le
ametrallaron las piernas pocos días antes de su consagración episcopal. Ahora,
con muletas y decidido a luchar por la paz, acaba de volver a Rumbeck, con la
palabra perdón en la boca y temblor de sangre derramada en sus piernas.
Unos vuelven, otros
huyen. Lo estamos viendo en Afganistan. Miles de pobres, pánico en
el alma, huyen de la negra espesura pues creen que sólo queda huir para salvar
la vida. En toda oscuridad siempre quedan briznas de luz, que es la que lleva a
huir creyendo salvar la vida. Ahora todo el mundo parece hacerse eco, odiando a
los talibanes y lo que hacen. Unos años antes, cuando fue el éxodo de aquellos
pobres Rhoniyas, corriendo por entre zarzas y piedras del desierto, pocos diplomáticos
movieron los hilos para ir en su ayuda y terminaron trofeos indefensos del Daesh en una Siria
desbastada. Muchos fueron fusilados, muchas se las llevaron como
esclavas sexuales y pocos países movieron un dedo por ellos. ¡Ni siquiera las
feministas parecieron conmoverse! ¡Los pobres de esta tierra! ¡Los anawin! ¡A
los que Jesús les presta su Rostro!!
No fueron los únicos. Mirad
en la selva amazónica. Conozco misioneros que viven en la selva del
Brasil con estos pobres de la tierra para hacer de pantalla frente a madereros
y terratenientes sin escrúpulos. En China hay toda una región que está
siendo esclavizada para convertirla en campo de adoctrinamiento. Pobres sin
libertad, les marean el celebro con cantos y eslóganes para someterlos mejor.
Los pobres de China, o los de Pakistán, los parias de la Birmania… Musulmanes
que viven sin saberlo las Bienventuranzas porque lloran ya sin parar y que
verán a Dios los primeros.
Entre 2015 y 2021, 600.000
centroafricanos huyeron con lo puesto hacía países limítrofes para
escapar de la pesadilla que estamos viviendo con los mercenarios extranjeros
que controlan Centroáfrica. Otros países, como el Sudan, el Chad o el Níger
ponen la zancadilla a Centroáfrica y provocan una caída masiva (sobre todo de
nivel de vida, de dignidad, de falta de derechos humanos), en donde la gente
queda apelotonada y pisoteada, también los jóvenes, agrio el corazón, sin
trabajo y con pocas ganas de trabajar, muchos de ellos en la cárcel o muertos
en la avalancha. Nadie parece querer venir a ayudarnos, se arrodillan sólo los
rusos oliendo oro, y encima se nos echa encima otro aplastamiento, este de covid19,
la ola delta que de verdad está matando y que también a mí, haciendo causa
común con los pobres, me ha puesto en cuarentena hasta que el test, que debe
llegar en estos días, dé negativo. Algunos países se pagan la tercera
dosis mientras que la mitad de la humanidad no ha recibido aún la primera. Es
una crisis global. La respuesta debe ser global, no egoísta. Monseñor
Carlassare vuelve al Sudan a causa de los pobres, los que ya han heredado el
reino de los Cielos, al igual que él, porque es pacífico. Los pobres estarán
siempre con nosotros y siempre podremos ayudarlos a vivir con dignidad, a
enseñarles donde encontrar recursos y trabajo, o simplemente, a los más
vulnerables, a amarlos. Tener compasión con los no aún vacunados.
Hay personas en Europa que me
dicen, que viven con ansiedad la presencia en el mundo del Islam radical, la
brutalidad del cambio climático, el cambio de época que estamos viviendo o su
propia autodegradación cuando, por ejemplo, ya no hay escrúpulos para matar a
seres vivos (infanticidio lo llamaban antes, ahora IVG) con la
excusa de que la carne es dueña de la carne y que solo han pasado 4 meses desde
la concepción. Esto, en nuestro ser profundo, crea ansiedad. Esta
mentalidad podría cambiarse, luz en la oscuridad, como hacen miles de
voluntarios en asociaciones como Cáritas parroquiales, honrando al prójimo,
ayudando con amor y sentimiento, lavando los pies a los más vulnerables. ¿Por
qué nos ponemos de perfil y dejamos a otros hacerlo en nuestro lugar? Y si hay
un dueño de las vidas ese es Dios. El espectáculo de un mundo lleno de
catástrofes es plato de poco gusto. Para eso tenemos la fe. Si la fe no nos
sirve de consuelo y aliciente en momentos como estos, ¿para qué la queremos?
Auto aislarse en su propio nido, tampoco es la solución. La fe, como el
Pan de la Eucaristía es para ser compartida. Vivir mirándose el propio
ombligo no es la solución de nada. Cristo pregunta a sus discípulos si también
ellos quieren irse, escandalizados por la Eucaristía. En Europa, ya no lo puede
preguntar porque la mayoría ya se han ido. En aras de la libertad, lejos de
Dios, muchos corazones están solamente llenos de vacío, de silencio que un día
debe despertar. Porque uno no se va a quedar vacío toda una vida, ¿no? Que la
vida hay que llenarla de algo que la caliente.
Llevo en este país 42 años,
toda una vida. Una vez una mujer amiga quiso ungirme los pies,
durante una misa de martes santo, con perfume de nardo. Con mis típicas
sandalias en los pies sólo tuve que quitarme los calcetines y aquel gesto
simbólico que María la de Lázaro hizo con Jesús, me lo hicieron también a mí.
Yo sabía que no era a mí, sino a los pobres que yo representaba, los pobres de
Bangassou, los pobres negrísimos de las pateras, “espaldas mojadas” del África
subsahariana. Los pobres que huyen del incendio que ha asolado su casa en
Arizona, los pobres que atraviesan la calle en la inundación, el agua hasta la
cintura, los pobres que vieron su casa derrumbarse en el terremoto de Haití,
los 320 millones de pobres, dice el PAM, que el cambio climático va a dejar sin
algo que llevarse a la boca.
Si yo fuera ellos, también
lo intentaría, aunque tuviera que meterme en el agua hasta el cuello. Porque
para llegar a EEUU desde Honduras o a Europa desde el Malí, no sólo hay que
mojarse los pies, sino todo el cuerpo y hasta el alma. Los pobres que son
esclavizados en el desierto de Argelia, o vendidos en las cárceles de Libia,
los pobres de las pateras!!! Pasará otra época y los pobres estarán
siempre ahí!!
Juan José Aguirre obispo
de Bangassou, Centroafrica.
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