Cada vocación es un “diamante en bruto” que hay que pulir, trabajar, al que hay que darle forma en todas sus caras. Un buen sacerdote, una monja, deben ser primero de todo un hombre, una mujer formados, trabajados por la gracia del Señor. Personas conscientes de sus límites y dispuestas a llevar una vida de oración, de dedicación al testimonio del Evangelio. Su preparación tiene que ser integral, debe desarrollarse ya desde el seminario y el noviciado, en contacto directo con la vida de las demás personas. Esto es fundamental. La formación no se acaba en un momento determinado, sino que va continuando a lo largo de toda la vida, a lo largo de los años integrando a la persona, intelectual, humana, afectiva, espiritualmente. Y también, su preparación para vivir en comunidad, tan enriquecedora la vida en comunidad, aunque a veces puede ser difícil. Porque no es lo mismo vivir juntos que vivir en comunidad. Oremos para que los religiosos, las religiosas, los seminaristas, crezcan en su camino vocacional a través de una formación humana, pastoral, espiritual y comunitaria, que les lleve a ser testigos creíbles del Evangelio.
Papa Francisco Mayo 2024
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