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20 mayo 2023Pascua:
sentados todos a compartir con Jesús
Este año he vivido el regalo de una
Pascua distinta, tanto en el dónde como en el con quién. Ha sido
en la comunidad javeriana de Fnideq y entre hermanos musulmanes, pero
también con hermanos musulmanes, buscadores de un mismo Dios. Ha sido
una experiencia de encuentro y acogida, de sentirse cuidado por el otro al
ser recibido en su casa y compartir con ellos momentos sagrados de la fe (ellos
celebrando el mes del Ramadán, nosotros la Pascua).
Un ejemplo vivo de lo que ha sido esta
experiencia lo tuvimos el Jueves Santo, el día de la celebración de la Última
Cena, de la entrega, este año tuvo un sabor especial: sabor marroquí. Ese día
nos invitaron a celebrar el Iftar, la ruptura del ayuno al caer el Sol.
Para mí sentarme a su mesa fue un honor, pero también el símbolo hermandad y
algo más profundo: universalidad. Esa noche no celebramos que Jesús se
entregara por nosotros, cristianos, sino que lo hiciera por todos. Además
también nos invitaron a acompañarles en dos momentos de oración propios, como
Cristo invitó a sus discípulos a rezar con él en el monte de los Olivos. El
Señor se encarnó de nuevo allí, entre nosotros, para invitarnos a su mesa.
También hubo tiempo de encuentro con la
Iglesia local. Una Iglesia abierta a ello, en salida pero sin querer cambiar al
otro: amando la diferencia como oportunidad de acercarse a Dios, haciendo de su
fe una vocación, no una provocación. Como uno de los javerianos dijo, no se
trata de convertir al otro en cristiano, sino de vivir como cristiano entre una
mayoría musulmana: llevar más a Cristo en la vida que en la boca, aún sin
callar, pues la vida habla por sí misma. Por eso también pudimos encontrar a
hermanos musulmanes en la Catedral, el Obispado, la Comunidad... y, al fin, en
la vida, que se juega en el día a día, el reconocimiento y el amor a los otros.
No quiero olvidarme de otro aspecto tan
esencial de esta experiencia como fue la comunidad parroquial: una pequeña
comunidad, de alrededor de una decena de personas, cada una con un testimonio
cargado de enseñanzas. Entre su diversidad, me acuerdo especialmente de Tony,
un joven católico sudanés que ha vivido la persecución por su fe en su tierra
natal. Con ello, y no a pesar de ello, su vocación era clara: amar a los que le
perseguían; amarles desde donde estaba, desde casa. Porque Tony se sentía
en casa en esa pequeña comunidad, en esa pequeña capilla bañada por el
Mediterráneo. A pesar de que casi nadie hablara sus idiomas (árabe e inglés),
había algo más grande que les unía y les permitía compartir: la fe en Dios, en
Jesús y en los misterios que celebrábamos.
En resumen, fue una Pascua de encuentro,
de esperanza y de resurrección, de ver los diversos caminos en
los que Dios se abre para llamarnos por nuestro nombre. Solo hay que estar
dispuesto a dejarse seducir, a aceptar esa invitación que termina con una
pregunta: ¿te animas?
Carlos
Martínez Sebastián
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