Al día siguiente de la canonización de Carlos de Foucauld (Hermano
Carlos de Jesús), ayer 15 de mayo de 2022, proclamado beato el 13 de
noviembre de 2005 por el Papa Benedicto XVI, no podemos dejar de preguntarnos cómo
y por qué este hombre se ha convertido en un santo tan atractivo y simpático en
el universo de santidad cristiana de nuestro tiempo.
La vida del hermano Carlos de Foucauld fue relativamente breve, sólo 58
años, de los cuales veintiocho de vida mundana e incluso disoluta (1858-1886) y
treinta años vividos al seguimiento de su "bien-amado hermano Jesús"
(1886-1916), que terminó violentamente, asesinado por bandidos locales el 1 de
diciembre de 1916.
Tras la conversión que culminó con el encuentro con el Abbé Huvelin el 28
de octubre de 1886 en el confesionario de la iglesia de San Agustín de París,
emprende un singular camino espiritual que le conducirá a una forma de santidad
y de vida consagrada sin precedentes.
Intentó varios caminos espirituales, desde la Trapa a la vida solitaria al
servicio de un convento en Nazaret y Jerusalén, a la formación sacerdotal a la
vida en el desierto norteafricano de Beni Abbés y Tamanrasset, siempre en la
búsqueda de una vida que le permitiera revivir la vida humilde, pobre y
escondida de Jesús en los años de Nazaret.
Enamorado de Jesús y del misterio de la encarnación, está convencido de
que, una vez que uno ha conocido a Jesús, no puede hacer otra cosa si no es
imitarlo. Por esta razón el hno. Carlos trata de encarnarse, a su vez, en el
ser humano más sencillo y cotidiano, en el trabajo humilde y en la comunión de
vida con los demás, llenando su jornada de escucha de la Palabra y de largas
adoraciones ante el Santísimo Sacramento. Se acercó así a las personas más
sencillas y pobres sin hacer distinciones de raza o religión, modelo de esa
fraternidad universal que propuso el Papa Francisco en la encíclica sobre la
fraternidad y la amistad social Fratelli
Tutti: “Él quiso ser “el hermano universal”. Pero sólo identificándose con
los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire en cada uno de
nosotros este ideal» (n. 287).
La vida y muerte del hmno. Carlos se ha convertido en "un parámetro
sobre el que medir una nueva manera de ser testigos de Cristo y de su Evangelio
y una nueva manera de ser "mártires"" (Hermano Michael-Davide,
Charles de Foucauld, San Paolo 2016, p. 151).
No es posible presentar aquí el recorrido humano y espiritual de Carlos de
Foucauld quien, partiendo de una educación religiosa y burguesa y del rechazo de
la misma en el momento de la adolescencia, pasando por la vida militar, vive
una crisis existencial que lo lleva a redescubrir sus raíces cristianas. De
allí nació la vida ascética y mística del hmno. Carlos di Jesú, un monje
atípico que vive en el desierto, entre no cristianos, siguiendo un proyecto de
vida que aún fascina a quienes lo conocen.
Aquí podemos mostrar sólo algunos de los aspectos más significativos de su espiritualidad en los que también nosotros podemos inspirarnos para vivir la palabra de Jesús: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso para vuestra vida". (Mt 11,29), tres actitudes muy actuales en este momento de la historia del mundo y de la Iglesia, en particular de la misión ad gentes.
UN HOMBRE ENAMORADO DE JESÚS Y DEL
EVANGELIO
A partir del 28 de octubre de 1886, Carlos de Foucauld se siente como Pablo
(Flp 3,12) cautivado por Jesús y comprende que ya no puede hacer otra cosa que
vivir para Dios. Su vida se convierte entonces en una continua adoración de su
Misterio.
Enamorado de Dios y, en concreto, de Jesús, el Dios que se hizo hombre,
Carlos se dedicará con todo su ser al conocimiento y a la imitación de su
"bien-amado Hermano y Señor Jesús".
Pasa largas horas en adoración delante del Santísimo Sacramento, lee el
Evangelio, lo medita, lo transcribe y, sobre todo, se esfuerza por vivirlo.
Desea crecer en el conocimiento de Jesús para amarlo, imitarlo, obedecerlo,
dejándose encontrar y tocar por Jesús en la certeza de poder ver y tocar en él
la "Palabra de vida" (1 Jn 1,1). De hecho, escribió a su amigo
Gabriel Tourdes: "Aquí está el secreto de mi vida: perdí el corazón por
este Jesús de Nazaret crucificado hace 1900 años y me paso la vida tratando de
imitarlo tanto como mi debilidad puede" ( 7 de marzo de 1902).
El estilo de vida, de oración y de adoración, es una elección personal del
hmno. Carlos, que sin embargo no le impide -al contrario- lo lleva a penetrar
profundamente en el corazón, la cultura y la historia del pueblo entre el cual,
como la Palabra de Dios, ha puesto su morada (cf. Jn 1,14). . . No sólo por un
interés etnográfico, sino para poder conocer la riqueza de los dones de Dios
derramados como preparación evangélica.
La adoración del misterio de Jesús y el amor al pueblo se convierten en el
contenido de su oración y contemplación.
Leer hoy sus meditaciones sobre el Evangelio, fruto de largas horas de oración y adoración ante el Santísimo Sacramento en el silencio de la ermita, es una experiencia fascinante y entrañable. Son palabras sencillas pero profundas que invitan a rehacer un camino personal de acercamiento a la Sagrada Escritura para hacer de la Palabra de Dios el alimento de la propia vida espiritual y el criterio de las opciones de vida y misión de todo discípulo hoy. ¿No invita el Papa Francisco a nuestra Iglesia a volver al Evangelio?
COMO EN NAZARET: ENCONTRAR A DIOS EN
LA VIDA OCULTA Y COTIDIANA.
Un segundo rasgo característico del hmno. Carlos de Jesús es vivir la vida de Nazaret. Elige vivir en el
desierto entre los pobres al servicio de una pequeña tribu nómada: los tuareg.
Lo hace para parecerse a Jesús que vivió los primeros treinta años de su vida
en el oscuro pueblo de Nazaret, trabajando como carpintero para ganarse el pan
de cada día.
La vida del hmno. Carlos, como la de Jesús, normal en su cotidianidad, está
hecha de cosas sencillas, de acogida de los que encuentra, de trabajo hecho con
esmero y precisión, de relaciones fraternas con los vecinos en la escucha, en
la ayuda y en el compartir la vida. Una vida pobre, sencilla, corriente, que no
le aleja de la de sus tuareg.
Pero fr. Carlos está convencido de que esta, como la vivida por Jesús en
sus treinta años en Nazaret, es una vida que, vivida ante Dios, tiene un valor
salvador como los tres años de vida pública.
Esta intuición suya también nos ayuda a nosotros, cristianos de hoy, a
redescubrir el valor oculto entre los pliegues de la vida cotidiana y las
relaciones normales de la vida cotidiana, a pesar de que con demasiada frecuencia
consideramos válida sólo aquella vida hecha de actividad y presencia visible
encaminada a la eficiencia inmediata.
Fr. Carlo sabe, sin embargo, que es, precisamente, en los gestos simples y
ordinarios de la vida cotidiana donde puede germinar el amor, la atención, el
sentido profundo que Jesús introdujo en ella al vivir treinta años como
cualquier otro hombre.
Todo gesto vivido en la presencia de Dios se convierte, para el hmno. Carlos,
en un gesto de amor y de encuentro con Dios, por lo tanto lleno de eternidad!
De hecho, escribe al Abbé Huvelin, su padre espiritual: "Esta
pequeña vida de Nazaret que vine a buscar... una vida de trabajo y de
oración... [es la que] vivió nuestro Señor" (22 de septiembre de
1893).
En consecuencia, el estilo de vida del Hmno. Carlos quiere ser el de la
bondad, la cercanía, la proximidad con el otro. Se propone imitar a Jesús y,
como él, quiere dar testimonio del rostro del Dios bueno: "Mi apostolado debe ser el
apostolado de la bondad", escribe a su prima María el 12 de mayo
de 1902.
También nuestra vida, cómo y dondequiera que se desarrolle, puede perseguir este fin: buscar que cada acontecimiento y cada encuentro revele un ápice de la belleza del amor de Dios que se manifestó en Jesús: sólo ésta, en efecto, es "la belleza que salvará el mundo” (F. Dostoievskij en El idiota).
SER UN "HERMANO UNIVERSAL"
La elección del hmno. Carlos de vivir con los tuareg para ofrecerles su
amistad de forma gratuita siguiendo el ejemplo de Jesús, que amaba a todos y se
acercaba a todos, especialmente a los que necesitaban de su presencia,
ensanchaba su corazón para que declarase con alegría que sentía y amaba querer
ser un "hermano universal". A su prima Marie de Bondy le escribió: “Quiero
acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos y no
creyentes a que me miren como su hermano, el hermano universal… Empiezan a
llamar a mi hogar “fraternidad”. (el Khaoua, en árabe), y esto me agrada”
(7 de enero de 1902).
El primer paso para ser hermano de todos, para Carlos, fue encarnarse
profundamente (en la medida de lo posible...) en el mundo cultural de sus
hermanos, para compartir el estilo de vida de ellos, sus expectativas y sus
sufrimientos.
En el tiempo que pasó en Argelia durante su servicio militar, tuvo la
oportunidad de observar y estudiar la cultura de los pueblos bereberes hasta
adquirir una verdadera competencia en este campo. Esto le dio la oportunidad y
las herramientas para acercarse inteligentemente a la cultura de las
poblaciones entre las que vivía, en una época en la que no se daba mucha
importancia a las culturas no occidentales, ¡pensando que sólo Europa podía
presumir de cultura!
A partir de la caridad de Cristo, suscitada diariamente en la adoración y
en la lectura orante del Evangelio, el hmno. Carlos de Jesús sintió crecer en
él el deseo de dedicarse cada vez más a Dios y a sus hermanos.
En la adoración, la presencia de Dios se hace real, y en ese momento de
oración íntima, él lleva a la presencia de Dios a todos los que encontraba cada
día y a tantas personas con las que mantiene correspondencia. No sólo trabaja
para parecerse a Jesús y ganarse el pan, sino que abre su casa para acoger a
las cada vez más numerosas personas que se presentan en el umbral de su casa,
desde los tuareg, todos estrictamente musulmanes, hasta los soldados franceses
presentes en la colonia, a los turistas que ya en ese momento viajaban por el
desierto. Ofrece a todos una palabra y, si se le solicita, ayuda.
Es extraordinario el número de cartas que escribió en esos pocos años desde
su ermita, todas llenas de su fe. En efecto, ofrece a todos la presencia de
Dios que ha descubierto en la oración y en la meditación del Evangelio: un Dios
bueno, que no juzga ni condena, que no quiere ganar a nadie para la fe, que
empuja hacia la promoción y el bien del otro, un Dios que se hace hermano y nos
pide que hagamos lo mismo.
«Es
imposible amar a Dios, querer amar a Dios sin amar, querer amar a los hombres:
cuanto más se ama a Dios, más se ama a los hombres. El amor de Dios, el amor de
los hombres es toda mi vida, será toda mi vida, así lo espero”,
escribió a su amigo Henry Duveyrier, el 24 de abril de 1890.
El hmno. Carlos se compromete con rigor y entrega en la ayuda material y
espiritual de cuantos encuentra: acoge, escucha, conversa, ofrece alimentos y
medicinas... se hace amigo y hermano de todos, porque quiere ser hermano de
todos, en imitación de su (y nuestro) Señor y Hermano, Jesús de Nazaret… hasta el
día en que, para que su fidelidad permanezca en medio de sus hermanos
musulmanes, alcance la entrega de sí mismo en el sacrificio de la vida, el 1 de
diciembre de 1916.
Su modo de ser cristiano en medio de los que no lo son y no pretenden serlo
se ha convertido en un nuevo paradigma de la misión ad gentes, para este tiempo
marcado por la cultura de la sospecha y de la desconfianza, tratando de
liberarla de la incrustaciones coloniales que la han desfigurado y alejado a
las generaciones actuales.
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