Viernes 4 Junio 2021
MORIR CON DIGNIDAD
EN ÁFRICA
Muerte
y dignidad, dos realidades que conviven en cada ser humano: una como camino de
búsqueda de garantía de vida; otra como camino de finitud, pero también de
trascendencia y plenitud.
Este
artículo quiere abordar la reflexión
sobre lo que supone morir en una determinada cultura –concretamente la africana–
y sobre qué significa dignidad en un determinado contexto y cómo se muere dignamente en este querido
continente africano.
En África, morir es un paso, el paso de esta vida a encontrarse con
Dios y con los ancestros que nos precedieron y, tristemente, hay mucha familiaridad con la muerte.
En estos países hay todavía una alta
mortalidad materna e infantil, y una
esperanza de vida que no supera en ningún caso más de los 60 años; con lo
cual las personas están acostumbradas a perder algún miembro joven de la
familia, incluso algún niño de forma inesperada por un simple paludismo mal
tratado, por una anemia o por una infección diagnosticada tardíamente.
Todo
esto implica que la muerte es un hecho
cercano y puedo decir que habitual en esta tierra. E incluso, algo que nos
descoloca aquí a los sanitarios en la práctica clínica es la cantidad de muertes evitables que tenemos
que afrontar, simplemente por llegar tarde a un hospital o por una
negligencia previa.
Por otro lado, nos enfrentamos al dilema ético de qué es “morir con dignidad”. Podemos preguntarnos en este contexto de pobreza sociológica (económica, educativa, ética, social, etc.), qué es la dignidad. Hay que tener en cuenta que en muchos países africanos los derechos humanos son avasallados todos los días, y los mismos ciudadanos no conocen sus derechos ni saben defenderlos. Justamente por ello, es difícil responder qué es la dignidad para alguien que vive carente de ella todos los días y qué es vivir con dignidad cuando tus necesidades básicas no están cubiertas, cuando cada día hay que sobrevivir y cuando el objetivo cotidiano es buscar algo para poder comer hoy.
CONTEXTO
DEL ENFERMO CRÓNICO O TERMINAL EN ÁFRICA
Para mí, tras una larga experiencia de trabajo en
cuidados paliativos en Camerún y ahora en la República Democrática del Congo, morir con dignidad en África puede ser
simplemente morir en una cama con un colchón medianamente confortable, si
se tiene, o en una colchoneta de espuma de no más de 5 cm. Puede ser morir sin dolor en un entorno donde las familias están
habituadas a ver a sus familiares morir gritando de dolor, simplemente por no
tener dinero para comprar un analgésico o no tenerlo disponible. Hay que
tener en cuenta que en la mayoría de los
países africanos no hay acceso a analgésicos potentes.
Aproximadamente, el
89% del consumo total mundial de morfina tiene lugar en países de América del
Norte y Europa. Los países con ingresos bajos o medios, donde se concentra
casi la mitad de los pacientes con cáncer y donde se produce el 95% de las
nuevas infecciones de VIH, representan tan sólo un 6% del consumo mundial de
morfina. En 32 países de África
prácticamente no existe distribución de morfina. Por ello, podemos decir
que morir con dignidad es tener acceso a estos antiálgicos potentes sin los
cuales no se puede controlar mucho el sufrimiento físico debido al dolor.
Es muy importante considerar el sufrimiento global. El primer
requisito es tomar conciencia de la
existencia de sufrimiento en los pacientes cuando no responden bien a los
tratamientos, cuando se les nota afectados, tristes o decaídos, insatisfechos.
Son poco expresivos a pesar de los cuidados. El sufrimiento es una experiencia
integral, que incluye las dimensiones físicas, psicológicas, espirituales,
sociales y culturales de la persona. En el contexto africano, el peso cultural
es importante (lo voy a desarrollar después con el tema de la brujería), pero
también que hay que tener en cuenta otro aspecto, la falta de autonomía del
enfermo en la toma de decisiones. Así, por ejemplo, si una persona terminal va a ser hospitalizada o se la va a llevar a
casa, la persona que decide los cuidados que se le van a aplicar es quien paga
los gastos que se puedan originar. Al enfermo casi nunca se le pregunta qué desea ni dónde desea morir.
Otro factor que hay que considerar es el peso de la pobreza
contextual. La persona que está en el
final de su vida, se pregunta con mucha frecuencia qué va a ser de su familia,
de sus hijos, etc., si él fallece y cuando todo el peso económico depende
de ella. Y esto causa un gran sufrimiento, que con frecuencia empeora los
síntomas físicos.
MORIR CON LIBERTAD FRENTE A TRADICIONES SUPERSTICIOSAS
Morir con
dignidad es morir sin ser acusado de brujería. Esto provoca un
sufrimiento psicológico muy grande. En
África, siempre hay que buscar un culpable de la muerte, no se acepta la muerte
por causas naturales, y más si es una muerte brusca. En estas situaciones
los médicos tenemos que realizar un trabajo delicado y respetuoso con sus
tradiciones, pero fiel al diagnóstico clínico para explicar a la familia que la
causa de muerte es un cáncer, una cirrosis o un infarto, y no se debe a que
alguien ha lanzado una maldición. Explicar simple y pausadamente todo esto,
puede evitar muchas divisiones familiares y que alguien inocente sea acusado
culpable de una muerte y rechazado de su familia. En algunos países de África,
por ejemplo, muchos de los niños de la
calle han sido abandonados por sus familias porque se las ha acusado de
brujería.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es el recurso a la medicina tradicional. En Camerún, por ejemplo, el 80% de los casos de cáncer los diagnosticábamos en un estado avanzado, y constatábamos que antes de acudir a la medicina moderna, la mayoría de los enfermos habían visitado 3-4 curanderos tradicionales que les prometían falsas curaciones y lo único que hacían era retrasar el diagnóstico y el tratamiento. Aquí, la medicina tradicional está muy arraigada y es uno de los aspectos que impiden muchas veces tener una muerte digna. La mayoría de los curanderos dicen que el dolor fuerte forma parte del proceso de sanación y que se debe soportar y no tomar nada para aliviarlo, pues es un signo de curación. Además, estos curanderos cobran grandes sumas de dinero que les empobrecen e impide que después puedan pagar un tratamiento en la medicina científica. Estos curanderos son los que, en la mayoría de los casos, animan al enfermo a pensar que es alguien cercano el que le ha echado una maldición o que ha hecho algo para que caiga enfermo y le responsabilizan de dicha enfermedad o muerte.
MORIR ACOMPAÑADO Y AMADO
Morir con dignidad implica también sensibilizar a la familia de que la vida de alguien es importante hasta el momento mismo de la muerte. Hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los países africanos toda sanidad, pública o privada, es de pago y nadie será atendido si no paga sus cuidados. Con lo cual, en el caso de enfermedades crónicas, el enfermo ya no puede trabajar, se considera improductivo y, por tanto, es una carga para la familia: carga económica porque ya no produce, carga porque hay que pagarle los cuidados y ocuparse de todo lo que necesita para vivir. Entonces, la familia en muchos casos, decide no gastar ni invertir más en sus cuidados, al no considerarse ya la curación sino simplemente el alivio de los síntomas. No consideran la importancia de un alivio de los síntomas y del interés de un tratamiento eficaz que mantenga una buena calidad de vida en el enfermo, que pueda hacer de sus últimos meses o días, un tiempo de vivir con paz, con dignidad y sin sufrimiento. Todo esto es muy difícil de comprender para las familias que viven con pocos recursos y con unos niveles económicos muy limitados. Igualmente hay que sensibilizar mucho de la importancia del cuidado por parte de la familia, del amor, la atención que el enfermo necesita. La familia, desde siempre, ha tenido un papel importante en el cuidado, cuya presencia, apoyo, afecto, constituyen para el enfermo un factor terapéutico esencial. El Papa Francisco lo recordaba. “Aún hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio para pocos, y a menudo está distante. Son la mamá, el papá, los hermanos, las hermanas, las abuelas quienes garantizan las atenciones y ayudan a sanar”, PAPA FRANCISCO, Audiencia General, 10 junio 2015.
MORIR RECONCILIADO
Morir con dignidad en África, como en cualquier contexto
mundial, es también morir reconciliado
con uno mismo, con los demás y con la divinidad en sentido amplio según los
contextos, y que para nosotros es Dios.
Morir con paz pasa por morir reconciliado con uno mismo, hacer una relectura positiva de lo que yo
he sido y he hecho en la vida, el bien que hayamos hecho nunca
desaparecerá. Es bueno ponerle nombre, agradecer lo bueno, recordar los éxitos.
Igualmente, importante es reconocer
aquello que no ha sido tan bueno, donde hemos podido equivocarnos o dar
falsos pasos que han podido hacernos daño a nosotros mismos o a los demás. Examinar y pedir perdón es muy reparador y
facilita vivir serenamente los momentos finales de nuestra existencia, por
los cuales todos tenemos que pasar. Morir
con dignidad, es morir reconciliado con los demás. En el contexto africano
es muy importante la palabra. Facilitar o incluso provocar el encuentro del
enfermo con los miembros de su familia, de su entorno, de aquellos con los que
estaba enemistado es importante. He visto morir a varias personas que estaban
semiinconscientes durante varios días, pero esperaban que viniera un hijo o un
hermano con el que querían reconciliarse, y una vez que se ha producido ese
encuentro, la persona fallece en las horas siguientes, como si en ese momento
ya todo estuviera cumplido y se diera permiso para marcharse. Pedir perdón y sentirse perdonado es algo
muy bueno y reparador para la persona; despedirse de la manera que sea -que
puede ser muy variada-, dar buenos consejos a la familia para perpetuar la
unidad y el buen ambiente familiar es sin duda una gran ayuda para el paciente.
Como también he señalado, ¡qué importante es reconciliarse con Dios! Toda persona en África
tiene un gran sentido de la transcendencia y está abierto a una relación con la
divinidad, en medio de un contexto religioso plural (cristianos -tanto
católicos como protestantes-, musulmanes, animistas, etc). Hay un gran sentimiento de que la vida se recibe de Dios, es un don de
Dios y ese mismo Dios un día nos recupera. Es muy habitual y reconfortante
que el propio enfermo exprese el deseo de confesarse o de que venga un
sacerdote -o su pastor en el caso de los protestantes-, y que pueda rezar junto
con toda su familia alrededor de la cama del enfermo. Prepararse espiritualmente para la partida final es un deseo
expresado muchas veces por el propio enfermo y satisfecho por su familia en la
mayoría de los casos. Y es otro motivo para
morir en paz, con dignidad y sentirse reconfortado.
Por evocar también un tema tan actual en nuestro mundo, en nuestro contexto africano, es prácticamente inexistente la idea ni la práctica de la eutanasia. Incluso se considera mal vista y rechazada al considerarse una ruptura con las leyes naturales y divinas. Sin embargo, en algunas culturas africanas sí que se practica lo que ellos denominan “ayudar a morir” y se da en los enfermos ya agonizantes e inconscientes que practican ciertos métodos que ellos conocen y que les ayudan a morir más rápido.
MORIR ASISTIDO POR UN PERSONAL SANITARIO COMPASIVO
En este morir con dignidad, el personal sanitario no podemos
eludir la gran responsabilidad que
tenemos de formarnos y formar a las generaciones jóvenes en la ética del
cuidado, entendida como dice la carta Samaritanus Bonus,
aprobada por el Papa Francisco, como solicitud, premura, coparticipación y
responsabilidad hacia las mujeres y hombres que se nos han confiado porque
están necesitados de atención física y espiritual (Cfr. Congregación
para la Doctrina de la Fe. Carta Samaritanus Bonus sobre el cuidado de las
personas en las fases críticas y terminales de la vida. Roma).
Podemos ser personal sanitario que asistimos al enfermo, pero
sin compasión ni amor por él. Estamos
llamados a estar junto al enfermo y a acompañarle en su proceso de gestión
de su propia muerte. La misma carta nos dice que “todos somos llamados a dar
testimonio junto al enfermo y transformarse en “comunidad sanadora” “. Qué
importante sentirse comunidad junto a otros y todos participes en este proceso
de ayuda a morir con dignidad. Por eso, la actitud de quien atiende a una
persona afectada por una enfermedad crónica o en la fase terminal de la vida,
debe ser aquella de “saber estar”, de
velar con quien sufre la angustia del morir, de “consolar”, de ser compañero en
la soledad, de ser copresencia que abre a la esperanza.
La pobreza
no está reñida con la compasión, al contrario, en ocasiones las personas sencillas y
vulnerables son más sensibles y compasivas. El acompañamiento pastoral reclama
el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas de la empatía (en-pathos),
de la compasión (cum-passio), del hacerse cargo del sufrimiento
del enfermo compartiéndolo, y del consuelo (cum-solacium), del
entrar en la soledad del otro para hacerle sentirse amado, acogido, acompañado,
apoyado. Tenemos la responsabilidad personal y pastoral de adaptarnos al
contexto donde vivimos y trabajamos, y aportar nuestro siempre posible granito
de arena para crear un mundo mejor, también cuando se trata de acompañar el
final de la vida.
Algo que
se debe evitar
-y sensibilizar en el contexto africano- es
el impedir la soledad del enfermo. Cada vez más, constatamos un fenómeno
que antes no existía, y es el abandono
también en África de las personas mayores y enfermas. El hecho de aumentar
la esperanza de vida, hace que muchos mayores sean abandonados o lo que es
peor, señalados como “brujos” por su familia o comunidad de pertenencia, lo
cual lleva a que su final de vida sea muy difícil. Hay que tener en cuenta que
el 60 % de los habitantes de África subsahariana no tiene acceso al agua
potable y sólo el 30 % dispone de sanitarios. Podemos imaginarnos lo que puede
suponer para una persona con una enfermedad terminal por ejemplo o simplemente
mermada por la edad, el hecho de no tener un servicio-WC en casa y tener que
hacer sus necesidades en el campo, o bien el hecho de no tener agua disponible
en casa, lo cual hace muy difícil la higiene personal y del hogar; así como el
hecho de tener que cocinar con leña, lo cual hace casi imposible poder
realizarlo, y hace que dependa de algún vecino o familiar que quiera ayudarle a
traer leña para simplemente calentarse un poco de agua o poder comer algo.
También ciertas familias dejan sólo al enfermo en el lecho de muerte, bajo la creencia de que en el momento de morir el
enfermo puede pasar los malos espíritus a los familiares cercanos que rodean su cama.
Para finalizar y a modo
de resumen, podemos decir que morir con
dignidad en África, es morir en paz, sin dolor, con un mínimo de limpieza, en
un lecho confortable, rodeado de su familia y reconciliado consigo mismo, con
los demás y con Dios. Creo que en el fondo es a lo que todo ser humano
aspira, independientemente de su origen. La
vida tiene la misma dignidad y el mismo valor para todos y cada uno: el respeto
de la vida del otro es el mismo del que se debe a la propia existencia desde
sus inicios hasta su final.
Ana
María Gutiérrez Martínez, Esclava
del Sagrado Corazón de Jesús. Médico. Licenciada en Estudios Eclesiásticos.
República Democrática del Congo
Artículo
publicado en la Revista Temes
d’avui. Nº63. Mayo 2021. Barcelona.
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