martes, 21 de agosto de 2018

Ecos de la Sabana nº- 70: Experiencia misionera de Rosa y Fotos

Queridos amigos, espero que estéis bien y las calores del verano no os hayan agotado demasiado, por aqui seguimos sanos y salvos, dando gracias a Dios.
 Hay que decir que siempre hay algo que hacer, pero bueno lo llevamos adelante. Os anunciaba en los últimos ecos de la enorme suerte que hemos tenido este verano de recibir  2 amigos de Murcia 15 días y luego el grupo de 7 que vinieron junto a José Luis Bleda el delegado de misiones de la dióceses de Murcia-Cartagena y Paolino nuestro compañero, y les pedí que escribieran algo para el
blog, os envió sus escritos que salen del corazon y tocan el corazon y alguna fotico, de lo vivido. ¡Ojalá os sirva para conocer esta realidad con otros ojos que los míos, y quién sabe si os anime a daros una vueltica, un abrazo, y seguimos unidos en la oracion.

Ángel

EXPERIENCIA DE ROSA
Poner en palabras la experiencia que viví en Camerún no es algo que resulte sencillo porque, además de las acciones concretas, se entrelazan de forma inherente a ellas, sensaciones y sentimientos muy profundos y contradictorios.
El viaje lo hicimos desde Murcia con José Luis Bleda, Delegado de Misiones, el misionero javeriano Paulino  y un grupo de siete jóvenes : Elena, Marina, Nuria, José Manuel, Isidro, Álvaro y Alfonso con los que compartimos las largas horas del trayecto de ida y vuelta, la primera noche en Douala, los días que ellos pasaron en Yaundé y los últimos en Kribi y Douala desde donde regresamos a España.
Tras llegar de madrugada a Douala y dormir allí, dos de nosotros partimos a la mañana siguiente hacia Yaundé con el padre  Ángel de la Victoria que había ido a recogernos al aeropuerto. Precisamente es esta amistad con Ángel desde su destino en Murcia lo que nos permitió concretar este viaje. Los demás se quedaron para realizar diferentes actividades en Douala.
Ya en Yaundé nos unimos al ritmo y los quehaceres cotidianos de la comunidad javeriana en el barrio de Oyom-Abang y la parroquia de Jesús el buen Pastor. Un ritmo incansable, incombustible y ardiente. Desde las 5.30 de la mañana la vida se pone en píe con la Eucaristía, los laudes y, tras el desayuno, íbamos a la escuela de verano que los javerianos organizan para los niños del barrio de 7.30 a 12.20  a cargo de los seminaristas javerianos Hermann y Jean. La escuela cuenta con unos cien niños, agrupados por edades, y unos monitores que dan clase, gratuitamente, de diferentes materias y se encargan de actividades lúdicas en el recreo. Esta escuela comienza con la lectura del Evangelio en la iglesia y finaliza allí también para dar gracias por el día. Algo que los niños realizan con verdadero empeño.
 En estos días con ellos pude comprobar las carencias materiales, la pobreza real de muchos, conocí sus historias gracias a los javerianos que tratan de primera mano con las familias  y se me encogió el corazón de tristeza en muchas ocasiones. Y también presencié la bondad natural de los niños que nos ofrecían su buñuelo, su arroz blanco o su zumo de piña, una bondad que no conoce raza ni distinciones, la alegría esplendorosa de sus risas que está todavía muy por encima de cualquier desconsuelo.
 La dedicación de las monitoras, la disciplina, el respeto y la educación de esos jóvenes y niños en medio de un ambiente social tan duro, es algo que me resultó admirable y profundamente hermoso.
Por las tardes, acompañamos a Ángel en varias de las múltiples funciones que realiza. Visitamos a gente del barrio que estaba enferma y a una señora que había sido atropellada por una moto. También lo acompañamos a llevar la comunión a los enfermos y vimos cómo deliberaban sobre el Evangelio del día y lo mucho que agradecen estos gestos y las visitas. Siempre ofreciéndonos lo que tenían…siempre.  Fuimos a reuniones de las comunidades de base de la parroquia en las casas que realizan una vez por semana con un javeriano en cada una de ellas. La experiencia de entrar en sus hogares, compartir su comida y tocar realmente no sólo sus manos sino también su realidad, ha sido un regalo indescriptible. Estuvimos en un retiro de gente de la parroquia que se organizó en Ngoya, a unos 15 km de Yaunde. Allí pude comprobar cómo durante toda la noche de la Adoración esas mujeres africanas poderosas estuvieron despiertas orando con sus bailes y sus cantos inmunes a todo cansancio.
Asistimos, además, a una reunión de la Sociedad de las Víctimas de Accidentes creada a raíz de la muerte del javeriano Carlo, a la que asistieron muchas personas y que tuvo lugar en los salones de la parroquia. Por cierto, unos salones que están permanentemente abiertos todo el día y con un fluir incesante de gente. Visitamos centros de salud y vimos desde dentro cómo funcionan y se gestionan. Uno de ellos llevado por unas religiosas vecinas de los javerianos.
Todas estas actividades llenaron nuestra estancia en Yaundé y, como digo al principio, me fueron dejando sabores y sensaciones opuestas.
Lo que yo experimenté en Camerún fue, por primera vez y en contadas ocasiones, lo que se siente al no ser bienvenida por tu color de piel, y me produjo un impacto tan fuerte que eso me ayudará ya para siempre a ponerme verdaderamente en el lugar de los inmigrantes que vienen a otros continentes, vislumbré la pobreza verdadera y cruda, la insalubridad, la soledad de tantos mayores, la falta de futuro de los jóvenes, la ausencia total de infraestructuras y de sanidad pública, la corrupción, el hacinamiento y el ruido incesante, el caos de una región que parece olvidada por el gobierno, el drama de los enfermos…
Y en ese frenético tumulto de sentimientos frustrantes escuché, por primera vez desde hace mucho tiempo, la voz de Dios… Y la escuché, potente y clara, en todas esas maravillosas personas que están aquí dándose  a los demás, ofreciendo su vida entera por ayudar y dar una vida mejor a los que no la tienen: empezando por Ángel y la comunidad javeriana de Yaundé y Douala y tantas otras comunidades que conocimos y que viven realmente en el corazón de la pobreza, con la gente y para la gente, desde una convicción profunda y una gratuidad que impresiona tremendamente a los que carecemos de ella. Y la escuché en la dignidad de la misa y el canto y el baile infinito con el que los cameruneses oran y con el que dan testimonio de una adoración honda y sentida. Y la escuché en la generosidad de las gentes del barrio que ofrecen lo que tienen, sea lo que sea, y en la hospitalidad absoluta y la acogida verdadera de un apretón de manos y una sonrisa franca. Y retumbó en la risa de los niños, y en la fortaleza de tantas mujeres magníficas incansables al desaliento. En esta tierra plagada de carencias pude escuchar la voz de lo divino en tantas buenas personas como un oasis en el desierto. Y esa voz se ha quedado grabada en el alma y en la piel como todo lo que he experimentado allí.
 Hay tanto que no tienen y de lo que nosotros estamos saciados y tienen otras cosas tan humanas que aquí estamos perdiendo irremediablemente: el respeto por los mayores, los sacerdotes, por los profesores y las personas que educan, la disciplina y el buen comportamiento en la escuela y la iglesia, la relevancia que tiene la misa en la vida de los creyentes y a la que acuden nada más empezar el día con una devoción digna de encomio, la hospitalidad sincera a todos, incluyendo los extranjeros, la noción de comunidad, la alegría y coraje con el que hombres, mujeres y niños encaran cada día en medio de dificultades que a nosotros nos espantarían…
Como las palabras son parte de mi trabajo y de lo que soy, sé que a veces no son bastante para aprehender lo que se ha vivido pero si son acertadas son un instrumento privilegiado para expresarlo. Así que recurro a unos versos de Lorca que me vienen a la mente sin necesidad de pensarlos: “Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse como a una ventana llena de sol”. Eso ha sido para mí esta experiencia en África, un país olvidado de los poderosos de esta tierra, pero taladrado por personas, de allí y de aquí, que abren huecos de esperanza y solidaridad iluminando las profundidades más oscuras con haces imperecederos de luz desde su entrega diaria.
Gracias desde lo más profundo a Ángel por invitarnos y a toda la comunidad de Yaunde, especialmente a Beppe, Gianni, Hermann, Christophe, Jean, Kardi y Collins, con los que convivimos, y también a Marcelo y Washington, y a las comunidades de Douala, por permitirnos compartir con vosotros por unos días lo que significa vivir desnuda y realmente el Evangelio, y por ser algunas de esas ventanas que, junto con la gente del barrio y tanta otra de allí, lleváis la luz a lo que os rodea y mostráis, desde la misma entraña y porque sois parte de ello, uno de los muchos rostros del pueblo africano.
Sé que Ángel pensará que exagero, pero, creedme, aunque no seáis conscientes, os aseguro que los que venimos de fuera podemos verlo muy nítidamente. Es imposible no percibirlo, como el aroma del jazmín en las cálidas noches de verano.
 Y gracias por contagiar y transmitir tan auténticamente las ganas de seguir conociendo y asomándonos a esa realidad poliédrica preñada de aristas y grandeza que es África.
Quedamos unidos en la oración y en el recuerdo.
Rosa

Aquí os dejo el álbum de fotos que ilustran su experiencia-





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