Sábado 1 de Abril
2023Noticias desde la sabanaPaso la noche en la habitación que tenemos en
uno de los pueblos más grandes de los 74 que nos han sido confiados. Temprano
por la mañana subo a mi bici y me pongo en camino hacia el lugar donde se van a
reunir los que aspiran a recibir el bautismo la próxima Pascua. Son ocho
kilómetros hasta allí, con algún tramo inundado, pero lo peor es la arena
acumulada, que me fuerza a poner pie a tierra varias veces. Las personas que
cruzo me saludan con respecto, algunas llevan la cruz al cuello. Los musulmanes
me llaman «Papa Nasara».
Al llegar al final de mi recorrido, una
ligera llovizna retrasa el inicio de la reunión. Entre los presentes hay algún
caso curioso, como la señora que, casada como quinta mujer, a la muerte del
marido y tras algún tiempo de catequesis se encuentra a las puertas de recibir
el bautismo. Estoy con ellos hasta las cuatro de la tarde, cuando van a
comenzar a cocinar. Preparan una comida fuerte al día, que es la
del anochecer.
Yo no puedo esperar porque se me haría de
noche y aunque hambriento (tras el desayuno solo he tomado un té a mediodía)
emprendo el camino de regreso. Al llegar al lugar donde me alojo, el mercado
está vacío. He olvidado que hoy se celebra un mercado en otro sitio y quienes
venden cacahuetes, guayabas, buñuelos o carne asada se han desplazado allí. Con
la esperanza de saciar mi hambre voy a casa de la responsable del sector
(inciso: no es habitual encontrar mujeres responsables de comunidad porque,
aparte del analfabetismo, culturalmente no les está permitido presidir la oración
fúnebre, que es una de sus funciones). Al llegar a casa de la responsable no
necesito ni hablar. En un minuto tengo ante mí la comida preparada. Me quedo un
rato de tertulia con ella, su hijo y un vecino y cuando me voy a marchar ella
propone: «¿y si hacemos oración?».
Esta propuesta atrae a todos los que están en
otras tareas y en un santiamén nos juntamos nueve. Oramos y la
familia y vecinos reciben la bendición bajo la atenta mirada de la luna llena y
de Venus allá en lo alto.
Regreso a mis aposentos dando gracias a Dios
por su providencia. En este día todo ha sido muy sencillo, y al mismo tiempo yo
lo percibo cargado de eternidad.
Hola a todas/os:
Contra mi costumbre me desplacé de donde vivimos a la
otra de nuestras parroquias en coche porque el centro de salud que gestionamos
necesitaba urgentemente una buena provisión de medicinas y no habría podido
llevarlas en la bici. Ante la alternativa de ir ayer domingo a la misa en coche
o a pie (7 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta) me decidí por esta
segunda opción, lo que ha sido un acierto porque no hizo excesivo calor, me
encanta el silencio de los campos y aunque el camino es bastante practicable ya
un coche se quedó atrapado en el barro durante la primera lluvia y ha dejado
unos agujeros enormes que aumentaron ayer con otros dos camiones que volvían de
recoger el algodón atrapados en ese mismo lugar. La única pega de ir a pie es
que la población me mira al pasar con una mezcla de sorpresa (ya les resulta
difícil asumir que un blanco vaya en bici como para que encima ahora pase a
pie) y de espanto (¿me habré vuelto loco o soy un fantasma?). En realidad lo
que me decidió a ir a pie fue que me salvé de la picadura de un alacrán: la
víspera, ya anochecido, llovió ligeramente (tercera lluvia tras 5 meses de
estación seca) y ya me han advertido del peligro de los alacranes los primeros
días de lluvia, así que estuve un rato fuera de mi cuarto gozando del fresquito
y cuando quise moverme para entrar encendí la linterna y ahí estaba el alacrán,
entre mis dos pies, como decidiendo cuál picar primero. Si me llega a alcanzar
no habría podido moverme, ni a pie ni en coche.
Paso la noche en la habitación que tenemos en
uno de los pueblos más grandes de los 74 que nos han sido confiados. Temprano
por la mañana subo a mi bici y me pongo en camino hacia el lugar donde se van a
reunir los que aspiran a recibir el bautismo la próxima Pascua. Son ocho
kilómetros hasta allí, con algún tramo inundado, pero lo peor es la arena
acumulada, que me fuerza a poner pie a tierra varias veces. Las personas que
cruzo me saludan con respecto, algunas llevan la cruz al cuello. Los musulmanes
me llaman «Papa Nasara».
Al llegar al final de mi recorrido, una ligera llovizna retrasa el inicio de la reunión. Entre los presentes hay algún caso curioso, como la señora que, casada como quinta mujer, a la muerte del marido y tras algún tiempo de catequesis se encuentra a las puertas de recibir el bautismo. Estoy con ellos hasta las cuatro de la tarde, cuando van a comenzar a cocinar. Preparan una comida fuerte al día, que es la del anochecer.
Yo no puedo esperar porque se me haría de
noche y aunque hambriento (tras el desayuno solo he tomado un té a mediodía)
emprendo el camino de regreso. Al llegar al lugar donde me alojo, el mercado
está vacío. He olvidado que hoy se celebra un mercado en otro sitio y quienes
venden cacahuetes, guayabas, buñuelos o carne asada se han desplazado allí. Con
la esperanza de saciar mi hambre voy a casa de la responsable del sector
(inciso: no es habitual encontrar mujeres responsables de comunidad porque,
aparte del analfabetismo, culturalmente no les está permitido presidir la oración
fúnebre, que es una de sus funciones). Al llegar a casa de la responsable no
necesito ni hablar. En un minuto tengo ante mí la comida preparada. Me quedo un
rato de tertulia con ella, su hijo y un vecino y cuando me voy a marchar ella
propone: «¿y si hacemos oración?».
Esta propuesta atrae a todos los que están en
otras tareas y en un santiamén nos juntamos nueve. Oramos y la
familia y vecinos reciben la bendición bajo la atenta mirada de la luna llena y
de Venus allá en lo alto.
Regreso a mis aposentos dando gracias a Dios
por su providencia. En este día todo ha sido muy sencillo, y al mismo tiempo yo
lo percibo cargado de eternidad.
Durante la cuaresma hemos recorrido muchos pueblos,
sobre todo para visitar a los enfermos. Un día visité a más de 30 en ocho
sitios distintos y terminé ya a oscuras, en una noche desapacible por el fuerte
viento así que otro se prestó a acompañarme hasta casa y me prestó una
linterna, afortunadamente porque delante de la puerta de mi cuarto había una
serpiente. La reconocí enseguida: poolona, la que sólo ataca a las mujeres.
Esto, que suena a leyenda rural (aquí de urbano nada) yo sostengo que es cierto
porque un día, cultivando un campo, me salió una furiosa de su agujero que
acababa de destruir, me miró y dio media vuelta. Bueno, quizá huyó al comprobar
lo feo que soy, es otra posibilidad. Ayer mismo volviendo de mi paseo a pie me
encontré con un jinete a caballo que al verme dio media vuelta. Le pregunto: «¿Te
has equivocado de camino?» «No», responde, «es que el caballo se ha asustado al
verte». Me hizo gracia.
Pues volviendo a poolona ante mi puerta, en mi gran
magnificencia pensé en todas las mujeres que podían tener un mal encuentro con
ella y me la cargué. Por favor, mujeres del mundo, reconocedme como vuestro
héroe y salvador.
Será por eso que el 8M me pusieron a jugar a fútbol
con el equipo de las mujeres contra los hombres. El «partido», si se puede
llamar así, fue catastrófico pero lo que interesaba era divertirse y el público
se rió muchísimo con nuestras patochadas. Los hombres ganaron 1 a 0. Para
equilibrar el resultado el árbitro pitó penalti a favor de las mujeres y la
chica que se encargó de lanzarlo ni sé dónde lo mandó. Si veis un balón perdido
dando botes, por favor devolvédnoslo porque es nuestro.
Y para terminar fotos de mi paseo a pie: tumbas, una
tradicional y otra moderna, ante un baobab (aunque sea enorme el baobab no es
un árbol, su tronco no es madera sino fibra) ; otra vez tumbas, tradicional
(cada tronco indica un enemigo que este guerrero mató y los cántaros de alguna
de sus mujeres que está enterrada con él) y moderna en cemento ; y para
terminar fotos de vivos, el grupo de los que estuvieron en misa, mayoritariamente
mujeres, por supuesto. Antxón Serrano sx
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