Unos meses después de su llegada a Chad,
como lo veían robusto y fuerte, y con un muy buen apetito le pusieron el nombre
de “gariamma”, que significa hipopótamo
en idioma masa, hablado en el noreste de Camerún y en el suroeste de Chad. Sus padres
lo bautizaron poniéndolo bajo la protección de san José y lo llamaron Giuseppe;
pero era conocido por todos como BEPPE. Cuando tenía 36 años, en 1986, dejo su
hermosa Italia y llegó a su querida y soñada África después de unos meses de
estudio del francés.
Muchas veces me contó sus primeros pasos
por tierras africanas dedicados sobre todo al estudio del idioma “masa”, del
que fue un gran conocedor. Fue un misionero oblato quien le introdujo y le
ayudó a dar sus primeros pasos en este idioma tan complicado y desconocido para
él, y después de unos meses le invitó a irse a un poblado, perdido en medio de
la sabana, para impregnarse de la lengua y de la cultura de ese pueblo. Me
contaba cómo esos primeros meses no fueron nada fáciles por la dificultad del
idioma, por la adaptación a la comida de allí, todos los días un puré o una
pasta hecha de mijo rojo que al cabo de un tiempo costaba tragar. También el
hecho de encontrarse con una realidad y unas tradiciones tan distintas de las
que él había conocido en su pueblo, Gavarno di Nembro, cerca de Bérgamo en el
norte de Italia.
Poco a poco fue adaptándose a esa nueva
realidad, fue aprendiendo el idioma masa y descubriendo esa hermosa cultura de
la que se enamoró y en donde estuvo trabajando 25 años. Siempre a orillas de río
Logone que hace de frontera entre Camerún y Chad, unas veces en la orilla izquierda
en Camerún, en Gobo y Masa Kudueita, y otras en la orilla derecha en Chad, en
Bongor.
Nos encontramos por primera vez en el
verano del 1990. Yo estaba estudiando en Yaundé, Camerún y durante el verano
estuve varias semanas con él conociendo la misión en donde él estaba y el
trabajo que los compañeros hacían. Me sorprendió desde el principio ver cómo Beppe
quería a la gente, era un hombre alegre, muy cercano a la gente, le gustaba ir
a los pueblos, visitar a la gente en sus casas y eso le ayudó a hacer amistad
con muchas personas. También me sorprendió su serenidad y su sabiduría, no le
gustaba hablar rápido ni dar juicios precipitados, siempre ponderando lo que decía.
También me sorprendió su dominio del idioma masa. A partir de ahí él siempre me
llamaba “piccolo” que significa pequeño en italiano, y desde ahí comenzó una
fuerte amistad que nos ha acompañado siempre. A partir de ahí nos hemos
encontrado muchísimas veces, ya que yo en el 1993 fui destinado al Chad y aunque
no vivíamos en la misma comunidad ni trabajábamos en la misma zona, por
distintos motivos nos encontrábamos varias veces al año.
Fue en febrero del 2014 que llegó a Yaundé,
después de haber tenido unos problemillas de salud que le hacían difícil su
presencia en Chad, y a partir de entonces nos hemos encontrado a vivir y a
trabajar juntos en la misma comunidad de Yaundé. Yo llevaba allí poco más de un
año echando una mano en la formación de los futuros misioneros que allí estudian
teología, y también colaborando en el trabajo en la parroquia de Jesús el Buen
Pastor. Después de unos meses allí, Beppe fue nombrado párroco y han sido 6
años y medio los que hemos estado juntos y en los que hemos compartido tantas alegrías
y dificultades, en los que nos hemos ayudado, aconsejado, sostenido, apoyado y
dado ánimos para seguir adelante.
Beppe seguía con sus buenas costumbres de
ir al barrio a visitar a la gente, enfermos o personas que iba conociendo, y
sentarse a hablar con ellos, escuchando sus problemas y dejándose afectar por
ellos. Con él no había horario de despacho ni día de descanso; todos los días y
a todas las horas estaba disponible para recibir a los que venían a verlo, a presentarle
sus problemas, a pedirle consejo, a buscar un oído atento a sus penas, y a
veces, también una ayuda material. Cuantas veces le he dicho que él no era una máquina
y necesitaba también descansar, tomarse un poco de tiempo libre, despejarse de
tantos problemas y preocupaciones; pero eran palabras que solían caer en oídos sordos.
Una de sus pasiones era echar una mano a
la gente necesitada, y para esto se apoyó mucho en el grupo de Cáritas de la
parroquia, para poder responder a las necesidades de tantísimas personas que
iban a la parroquia a solicitar todo tipo de ayudas. Además quiso rodearse de
un grupo de personas muy entregadas y competentes que le ayudaban, aconsejaban
y apoyaban.
Cuántas veces me dijo que una de sus
mayores frustraciones era el de sentir que no lograba comunicar con los cientos
de jóvenes que participaban en la vida de la parroquia. Me decía que no lograba
utilizar el lenguaje adecuado para hablarles a pesar de que él estaba siempre
rodeado de jóvenes, era muy cercano a ellos y que los apoyaba en todo lo que podía.
Sentía ese pesar de no lograr comunicar en el lenguaje que ellos lo hacían.
Una de sus perlas a la que dedicó mucho
tiempo, energías, cariño y atención fue el acompañamiento de las parejas de jóvenes
que vivían en su mayoría juntos sin haber celebrado la boda. Logró crear un
grupo por el que pasaron más de 100 parejas y en el que con regularidad se
encontraban unas 30 para reflexionar sobre sus vidas y los desafíos que se les
planteaban.
Beppe recibió en herencia del compañero
que le precedió como párroco terminar la construcción de una grandísima iglesia
que llevaba unos 10 años en construcción. La capilla construida por nuestros
compañeros al inicio en 1986 se había quedado muy pequeña y había necesidad de
hacer algo más grande, pero su predecesor comenzó algo enorme y claro está, con
un presupuesto también muy grande. ¡Cuántas reuniones y quebraderos de cabeza
para hacer avanzar los trabajos, para recaudar fondos entre los cristianos,
para visitar a la gente más influyente y solicitar su apoyo! Nuestro barrio es
un barrio muy popular compuesto de gente sencilla y sin muchos recursos económicos, pero estos
años han sido un ejemplo de ver, cómo motivados y animados por él, la gente
colaboraba, se animaba y como la viuda del evangelio con muchos céntimos
lograban hacer mucho. Precisamente el día del domingo de pascua, 10 días antes
de su muerte, celebraron la fiesta de la cosecha para recaudar fondos para
terminar de poner el tejado. Se recaudaron algo más de 6 millones de francos,
que equivalen a unos 9.200 E, una cifra hasta entonces nunca lograda. Con ese
dinero se logró poner todo el tejado. Todos estaban orgullosos pues después de
casi 6 años de mucho esfuerzo se había logrado cubrir la iglesia. Se quería inaugurar el domingo 25 de abril,
fiesta de Jesús el Buen pastor, patrón de la parroquia, con la presencia del
obispo. Desgraciadamente se inauguró con la misa precipitada de su funeral
antes de ir a enterrarlo a Duala.
A Beppe le gustaba llevar siempre un pantalón
vaquero y unas zapatillas, a veces agujereadas. Un amigo lo llamaba el cowboy. Más
de una vez, sobre todo cuando iba a visitar a alguna autoridad del barrio o de
la ciudad, me preguntaba: ¿Qué tal voy? Alguna vez le dije que era mejor
cambiar el pantalón o las zapatillas y enseguida lo hacía.
En medio de su ajetreo, muy a menudo lo veía
pasar grandes ratos de silencio y de oración en la capilla. Y sobre todo por la
noche, después del ajetreo del día, le gustaba quedarse ahí en silencio ante el
Señor presentándole las personas y las situaciones que había encontrado durante
el día.
A Beppe con poco se le ponía contento,
pero algo que no fallaba era un buen plato de espaguetis, un trozo de salami o
de formaggio (fiambre y queso) y un vaso de un buen vino. Con él habíamos creado
un lenguaje que pocos comprendían y cuando uno iba de vacaciones se le invitaba
a volver con las últimas “encíclicas” para poder saborearlas. Alguna vez, a
media mañana, me enviaba un sms que decía: “encíclica”, y era una invitación
para ir al comedor y sentarnos un rato alrededor de un poco de fiambre o de
queso, según “la encíclica” que tuviéramos en ese momento.
Otro aspecto que siempre me ha
sorprendido de Beppe fue su sencillez y humildad. Era un hombre profundo y con
ideas, pero no le gustaba monopolizar, siempre buscaba otros sacerdotes para
animar los retiros, las charlas, y él discretamente sabía quedarse de lado.
Le gustaba mucho hablar con su familia y
hablar de ellos, y se veía el cariño y la pasión que sentía por ellos. Admiraba
la figura de su padre, un gran trabajador pero sobre todo un hombre con una
gran fe. Los admiraba y decía que había aprendido mucho de ellos. Hablaba de
sus hermanos y sobre todo de su hermana que era para él casi como una madre,
atenta y servicial.
Beppe era un javeriano convencido hasta
la médula, orgulloso de serlo, hermano entre los hermanos, muy apreciado por su
juicio, su discreción, por su forma de ser, por su cercanía y proximidad a
todos. Varias veces fue propuesto como superior pero a él no le gustaba estar
en la cabeza, tener puestos de responsabilidad, prefería que otro lo hiciera y
se quedaba en segundo lugar.
Cuando el viernes 16 hacia las 8h00 de la
mañana vi el mensaje que anunciaba su muerte, no me lo creía. Había hablado con
él una semana antes y leído un mensaje suyo justo el día anterior por la tarde
en el que daba el pésame por un joven de la parroquia que acababa de fallecer. Al
poco llegó un mensaje en el que anunciaban que iban a enterrarlo a Duala en
nuestra casa en donde están enterrados todos los compañeros que han muerto en Camerún
y que se harían una parada en la parroquia para celebrar la eucaristía y así
los que pudieran fueran a saludarlo y despedirse de él. Como veréis en los
videos y en las fotos, la noticia corrió como la pólvora y lo que allí se vivió
es difícil de contar. Desde ese día muchas han sido las llamadas de amigos de allí,
y las muestras de dolor, de cariño y de cercanía que he recibido. Con estas
palabras quería solo hacer un homenaje póstumo a este hombre que vivió con
intensidad, supo ser siempre una persona discreta, estuvo cerca de todos pero
sobre todo de los más necesitados, y ha muerto sin hacer ruido ni molestar en
medio de los que quería. Descanse en paz, “el Señor ha dado, el Señor ha
quitado”, que el nombre del Señor sea alabado.
ENÉRGICO
COMO SU FE
Me ha costado mucho encontrar
palabras para comenzar este homenaje al Padre Joseph Pulcini, por lo denso y
profundo que ha sido su estar aquí con nosotros. Creo que tendrá que
transcurrir una eternidad para que nos demos cuenta que en adelante ya no
podremos contar con su presencia física. Desde que falleció, cuando me
encuentro en el recinto de la parroquia me habita la tenaz impresión de que nos
vamos a encontrar, que me va a recordar que no me olvide de tal o cual otro
encuentro, que me va a invitar a su despacho… con el nunca faltaban temas.
La última vez que tuvimos
el tiempo de hablarnos físicamente durante un largo tiempo fue exactamente una
semana antes de su muerte, el viernes 9 de abril. Aquel día fue particular. El
padre de un alumno mío había fallecido hacía ya casi un mes y aquel día,
después de sacar el cadáver de la morgue, se iba a celebrar en nuestra
parroquia una misa de réquiem. Presencié esa celebración mucho más como apoyo a
mi alumno que por ser parroquiano, pero mi calidad de responsable de los
jóvenes se reveló ser determinante, porque este estatus me permitió ayudar a la
familia del difunto.
En efecto el padre
Beppe ya llevaba unos días estando enfermo. Ocurrió que aquel viernes entre los
cuatro curas que están en la comunidad javeriana de Oyom-Abang, sólo estaban el
padre Renzo y él. Beppe en su agenda tan sólo tenía apuntado el programa de una
misa de réquiem. La primera, fue celebrada por el padre Renzo y era la que no
venía señalada en la agenda del párroco, tal vez porque estaba enfermo y podía
habérselo olvidado, porque la primera misa en cuestión era para una feligresa
que participaba en un grupo de la parroquia. No se dio cuenta de ello hasta que
vine a su casa para señalarle que le estaban esperando con el cadáver para celebrar
la misa. Se sentía muy mal, pero hizo esfuerzos sobrehumanos para celebrar
aquella misa, dado que su colega Renzo ya había celebrado la primera tampoco estaba
muy bien que digamos.
Mientras se le
esperaba fui a preparar lo necesario con la secretaria de la parroquia. Pasaron
más de treinta minutos. La secretaria y yo fuimos de nuevo a buscarle, todos ya
se impacientaban y susurraban su disgusto. Por suerte encontramos a Beppe en la
puerta de la comunidad, saliendo de casa. Mientras subíamos me dijo que tendría
que sentarme a su lado en el altar por si está a punto de desplomarse durante
la misa. Me imaginé la cosa muy rara, yo que nunca he sido monaguillo. Decidimos
que me sentaría más bien donde los lectores y así fue. Por suerte, pudo llevar
a cabo la celebración sin incidente, aunque tengo que confesar que lo hizo tan
rápidamente que no sé si duró 30 minutos. Esos acontecimientos me hicieron
tomarme muy en serio la gravedad de su enfermedad y constituyen el último
recuerdo mío colaborando con él. Lo que pasó aquel día es casi un resumen de lo
que fue toda su vida, al menos tal como la vivió con nosotros: un sacerdote más
actor social que cura, que consiente sacrificio extremos para satisfacer al
prójimo, un personaje eficaz en la discreción.
El miércoles, antes del
viernes del que hablo, me dijo que no estaba bien y por esto el día siguiente,
el jueves, no podríamos presenciar juntos la reunión mensual de zona (cada
primer jueves del mes) en la que participan los representantes de unas once parroquias
de la zona para concertarse, mutualizar los esfuerzos y compartir las
experiencias para mejorar su pastoral. Habíamos preparado nuestra participación
en esta reunión zonal durante un mes y el objetivo era hablar de las
modalidades logísticas y protocolarias (tomando en cuenta el contexto general
de crisis sanitaria) relativas a la celebración de la fiesta de Jesús el Buen
Pastor, patrón de nuestra parroquia. Para la circunstancia, se iba a contar con
la presencia del obispo que iba a confirmar a los candidatos procedentes de
todas las parroquias de la zona. El hecho de que no pudo participar en este
encuentro tan importante para nosotros, ya desde el principio, me hizo saber
que a nuestro Beppe, tal como le conocíamos, le estaba sucediendo algo serio.
En homenaje al Padre
Joseph Pulcini que representaba un testimonio vivo de la alegría y del orgullo
misionero de seguir los pasos de Cristo en el cotidiano, en las cosas ordinarias;
prefiero recordar esos últimos momentos que compartí con él, una semana antes
de su desaparición física. Son muestras de que, en realidad, en tanto
cristianos, no tenemos ningún motivo para quejarnos. En todos los recuerdos que
tengo de él veo a una persona extremadamente sencilla, discreta en la acción,
pidiendo la opinión hasta de los pequeños, buscando entender a la gente, hablar
su lengua y su lenguaje. Siempre me decía que está abierto para cualquier
proyecto que fuera para animar a los jóvenes y evangelizar según sus códigos.
La vida y la energía
que manifestaba en su humanidad no podían ser sino el reflejo exterior de la
profunda fe que le habitaba por dentro. Con su muerte hemos perdido a una
persona que, por su forma de tratar a la gente, había pasado a ser amigo y
familiar de todos. En Oyom-Abang, nuestro barrio, no están de luto solamente
los católicos, sino también los evangélicos, los no creyentes y muchos otros
que habían sido también irradiados por la energía positiva que desprendía por donde
pasaba. Era enérgico como su fe.
Gildas Douanla.
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