Sábado 30 Enero 2021
Ser
como el sembrador y el samaritano.
Nací el 23 de diciembre de 1981 en la
Isla de la Palma (Canarias). Desde pequeño, me educaron en la fe cristiana y
con once años quise entrar en el seminario. Mis padres no estaban de acuerdo,
pero al final respetaron mi decisión. Es a partir de ese momento que pude
experimentar cómo la vocación crece en el silencio, en el trabajo… y gracias
al buen hacer de quienes se encargan de nuestra formación. Los
momentos de duda y crisis, especialmente cuando tenía dieciséis años, fueron
también una ocasión para madurar y dar una respuesta más convencida a la
llamada de Dios.
Cuando tenía diecinueve años empecé a
plantearme la idea de ir de misiones. Dos eran las motivaciones de fondo:
sentía un interés particular por dedicar mi vida al servicio de los más
necesitados en África y quería vivir en comunidad (la idea de vivir solo no me
gustaba). Durante este periodo de discernimiento conocí a los Misioneros Javerianos
y en el 2003 dejé el seminario diocesano para continuar mi formación con ellos,
primero en Madrid y después en Italia.
Abrazar la familia javeriana me permitió
llegar con veinticinco años a Camerún. Allí permanecí nueve meses para hacer el
periodo de introducción a la misión y aprender francés. Luego me destinaron al
Chad, donde he hecho un primer periodo de ocho años. Después he estado en Roma,
durante tres años, para hacer estudios islámicos y árabe. Y en octubre del año
pasado he vuelto al Chad para formar parte de la nueva comunidad que los javerianos
han abierto en el norte del país, en una zona que tiene más del 95% de
musulmanes.
Nuestra misión en este país se basa en el
anuncio de la Palabra de Dios, el seguimiento de las comunidades de base (CEB),
las actividades sociales (escuelas, internados, centros culturales,
bibliotecas, construcción de pozos…), el diálogo interreligioso… El misionero
no es un héroe, es un hombre como cualquier otro. Intentamos responder a Dios y
trabajar por los más necesitados lo mejor que podemos. Ello no quita que
experimentemos momentos de dificultad y de frustración. En medio de las
dificultades del camino, es la fe la que nos mantiene en la brecha. Es Dios el
que nos sustenta con su Palabra y su amor para seguir siendo instrumentos en
sus manos.
En África hay todavía mucha gente que no
ha tenido nunca la ocasión de escuchar la Palabra de Dios. Aquí en donde
vivimos, la cuestión de si Dios existe no se plantea, es obvia para todo el
mundo. A nosotros nos toca ser como el sembrador de la parábola. ¡La gente
tiene mucha sed de Dios! Nos toca también ser como el samaritano que atiende el
más débil, que toca el sufrimiento del prójimo con sus propias manos. Es verdad
que es más fácil hacer como el sacerdote y el levita, cerrar los ojos al
sufrimiento del mundo. Pero en el fondo, siempre se experimenta que hay más
felicidad en dar que en recibir.
Yo tengo un particular interés por el
diálogo con los hermanos de religión musulmana. La Iglesia habla de cuatro
tipos de diálogo: de vida, de las obras, espiritual y teológico. A mí me
gusta recordar que no dialogamos con una religión, sino con creyentes de otra
religión. Todo empieza con las relaciones cotidianas.
Desde que logramos tener un amigo
musulmán, muchos prejuicios desaparecen y empezamos a ver la otra religión de
otra manera. Todo esto no quiere decir que no haya dificultades. Pero a ejemplo
de Jesucristo, que no tuvo miedo de acercarse al que era diferente (la
samaritana, el leproso, el centurión romano…), también nosotros estamos
invitados a tender la mano al hermano que es diferente. Samuel Huntington
hablaba del choque de civilizaciones en nuestro mundo de hoy. A mí no
me gusta la expresión. La ignorancia y el miedo están en la raíz de muchos de
nuestros malentendidos e incomprensiones. En cierta medida, podemos hablar del choque
de ignorancias. Como cristianos tenemos dos tareas muy importantes: crear puentes que
nos unan y destruir los muros que nos dividen.
Para terminar, quisiera invitar a los
jóvenes a tener un corazón abierto a los más necesitados. Se habla muy poco de
África. Y ahora que estamos sumidos en la crisis del COVID19 podemos tener la
tentación de centrarnos en nuestros problemas internos olvidando el resto del
mundo. El deseo de nuestro fundador san Guido María Conforti era hacer del
mundo una sola familia. Si queréis compartir con los javerianos este carisma,
no creáis que la misión es cosa solamente de misioneros. Es la tarea de todos
los cristianos preocuparnos del que sufre, del que no cree, del que es
maltratado… Todos podemos trabajar por un mundo más justo. Y vosotros jóvenes,
estáis llamados en medio del mundo a ser actores y no espectadores. Jesús
Calero sx
No hay comentarios:
Publicar un comentario