En estas últimas semanas además de las medidas sobre la movilidad
impuestas para frenar el número de los contagios, enfermos y fallecidos por
corona virus casi todos los días hemos visto la llegada masiva de cayucos a las
islas Canarias con cientos de inmigrantes. Hemos sido testigos en directo de
los que han fallecido en el intento por llegar al “paraíso”, en nuestras costas
y en las costas de Libia. Un drama silencioso y una pandemia con muchísimas victimas
silenciosas.
Estando aquí sabemos que la situación actual de nuestro país es muy difícil,
no hay trabajo y muchas personas y familias sobreviven gracias a las ayudas que
reciben de parte del gobierno así como de Caritas y de tantas asociaciones
caritativas. Pero allí en África, os lo digo por experiencia propia, muchos
siguen mirando hacia aquí como la solución a todos los problemas y el lograr
cruzar el estrecho con tan solo
Según un periódico canario
que acabo de ver esta mañana, entre el pasado 15 de octubre y ayer domingo 15
de noviembre, se ha duplicado el número de inmigrantes llegados a las islas en
todo el año. Hasta mediados del pasado mes eran 8.102 los que habían alcanzado
el archipiélago y, desde entonces, la cifra se elevaría ya a las 17.411
personas.
Los cayucos con todos esos inmigrantes que
llegan a nuestras costas son la alarma social que nos recuerda la situación dramática
que África está viviendo y que soportan muchos africanos. Daros cuenta que con
solo cruzar al otro lado del mar una madre logra añadir 30 años a la esperanza
de vida de su hijo, que en Camerún
y en Chad ronda los 53 años.
Ayer el papa Francisco nos invitaba a
celebrar la IV Jornada Mundial de los Pobres, con el
lema “Tiende tu mano al pobre” (Si
7,32). Y en su mensaje el papa nos recordaba como la pobreza siempre asume
rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación
particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos
reveló estar presente en sus hermanos más débiles como veremos en el evangelio
del domingo que viene (cf. Mt 25,40).
Como decía más
arriba, estamos viviendo tiempos muy difíciles aquí con esta pandemia, pero el
papa nos recuerda que con el gesto de tender la mano mostramos que existe en
cada uno de nosotros la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida.
Y ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, las malas noticias
son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet
y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano.
No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el
abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y
generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y
a estar llenos de esperanza. En estos meses, en los que el mundo entero ha
estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y
desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del
médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio
adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá
de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida
del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el
mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está
expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano
tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida
del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de
tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que
trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos
tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Este
es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros,
que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo. “Tiende la mano
al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso
directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una
llamada a llevar las cargas de los más débiles, la Palabra de Dios nunca nos
deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien. Nos estimula a llevar una
vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades
que nosotros.
Precisamente
me impresionaron las imágenes que vimos el sábado en las noticias uno de los
inmigrantes que llegó a Canarias era de Senegal y mostró un papel en el que había
escrito: “Barça o Barçakh”. Todos, incluso los menos aficionados al futbol entendemos
la 1ª palabra, mientras que la 2ª es una palabra en wolof, uno de los idiomas
de Senegal que significa, infierno, más
allá o muerte. Así que ya veis el dilema y la tragedia que esconden estas
dos palabras, “Barcelona o Europa o por
lo contrario el infierno o la muerte”. Por eso muchos son los jóvenes, las
madres con hijos y los que no dudan en arriesgar su vida para como ellos dicen “dejar la muerte para encontrar la vida”.
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