Domingo 9 de noviembre 2025Elecciones
presidenciales en Camerún
El domingo 12 de
octubre hubo elecciones presidenciales en Camerún, y creo que ninguno se enteró
porque ninguno de los medios de comunicación que escuché habló de ello. Dos
semanas después, el lunes 27, el Consejo Constitucional publicó los resultados
que tampoco fueron noticia en ningún telediario. Y es que sabemos que África no
existe y lo que allí pasa a casi nadie le interesa.
El presidente de Camerún, Paul Biya, tiene 92 años, y es el jefe de
Estado más anciano del mundo, y si la salud le acompaña terminará este nuevo
mandato cuando tenga 100 años. Es presidente de Camerún desde 1982, es decir
hace 43 años pero no es el presidente con más tiempo en el poder ya que su
vecino Teodoro Obiang, presidente de
Guinea Ecuatorial, es presidente desde 1979 al derrocar a su tío, Francisco
Macías Nguema en un golpe de estado.
Como decía, el Consejo Constitucional anunció los resultados y
proclamaba a Paul Biya como presidente al obtener el 53,66% de los votos contra el 35,19% que
obtuvo su rival de la oposición Issa Tchiroma Bakary. Muchos medios de comunicación
locales y según el recuento de los observadores independientes de las
elecciones este habría obtenido más votos y derrotado al viejo presidente y
denunciaba un fraude electoral a gran escala. A partir de ese día muchas
ciudades de Camerún se sumieron en el caos. Hay varios muertos confirmados,
disturbios y protestas en muchas ciudades del país después,
y ciudades como Douala, capital económica del país y puerto de mar, siguen bloqueadas
y nadie puede entrar ni salir de ella por los disturbios violentos que allí persisten.
Se puede decir que los 30 millones de cameruneses viven en un país con
represión política, violencia y en un país estancado económicamente.
El 1 de
noviembre, el obispo de Duala, Samuel Kleda, hacia unas declaraciones muy
pertinentes. Decía: “las elecciones eran un momento muy esperado,
pero la proclamación de los resultados ha decepcionado a muchos y provocado
muchas manifestaciones pacíficas que en muchos lugares se han convertido en
manifestaciones violentas con saqueos y mucha destrucción… ha habido muchos
detenidos y muertos…. No debería haber una confrontación entre el pueblo y el
poder, ni se puede gobernar un pueblo con las armas y sin el pueblo…
Existe un
malestar general que tiene como causa primera la pobreza y el hambre porque
muchos no tienen trabajo. Se calcula que el 74% de la población no tiene un
trabajo seguro ni bien retribuido. 10 millones de cameruneses viven con 1’5 €
al día y son unos 6 millones de personas que están fuera del país o en el camino
de la emigración.”
Paul Biya pasa cada año varias semanas en Suiza, en visitas privadas de
las que nadie está informado y cuando está en Camerún pueden pasar meses sin
que se le vea en ningún acto público.
El gobierno invita a la paz y también los líderes de las distintas
confesiones religiosas insisten en estos días en pedir por la paz y rezar por
la paz.
Quiero compartir con vosotros una reflexión que recibía de un amigo de Camerún en donde nos ayuda a comprender que es bueno pedir por la paz pero que no podemos pedir por una paz sin verdad ni sin justicia, y por eso pedir por la paz se vuelve en un pretexto para silenciar las mentiras y perpetuar el engaño.
“Tras las controvertidas elecciones, en medio
de un clima de tensión e indignación popular, las autoridades hacen numerosos
llamamientos a la «oración por la paz».
Recorren pueblos, mezquitas e iglesias,
pidiendo oraciones para evitar que el país se sumerja en el caos. Los
llamamientos a la oración con ayuno se multiplican en iglesias y mezquitas.
Estos llamamientos a la paz y este fervor religioso, que sin duda demuestran
que la voz de la Iglesia aún tiene peso en esta nación, pueden apreciarse por
lo que son. Pero los cristianos deben hacerse una pregunta crucial: ¿De qué
tipo de paz hablamos? ¿Es la verdadera paz que Dios desea, o una paz
superficial diseñada para proteger los intereses de un sistema injusto?
La fe cristiana no puede ser cómplice de
mentiras. Un cristiano fiel al Evangelio debe ser pacífico, pero no pasivo;
Amante de la paz, pero comprometido con la verdad.
El Señor Jesús dijo: «Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9)
1.
La neutralidad ante la injusticia es una traición espiritual.
La Palabra de Dios no deja lugar para la neutralidad ante la injusticia. Los
profetas alzaron la voz con valentía contra reyes, jueces y sacerdotes
corruptos. Se negaron a guardar silencio cómplice. «¡Ay de los que dictan
decretos injustos y de los que escriben leyes injustas!» (Is 10,1)
Ser cristiano no significa «no
involucrarse en política»; significa vivir la justicia de Dios en la sociedad,
incluso cuando incomoda a los poderosos. Quienes hacen la vista gorda ante el
fraude, la corrupción y la opresión niegan al Dios de la verdad.
2. La paz de Dios nunca es la paz de las mentiras. Cuando los poderosos invocan la “oración por la paz” sin arrepentimiento ni verdad, debemos recordar la advertencia del profeta Jeremías: “Curan superficialmente la herida de mi pueblo, diciendo: ‘Paz, paz’, cuando no hay paz” (Jr 6,14). Tal paz es ilusoria: sofoca la justicia, impide el paso de la verdad y perpetúa el sufrimiento del pueblo.
La verdadera paz es fruto de la
justicia (Is 32,17). No puede surgir de elecciones fraudulentas, del poder
ilegítimo ni del miedo de las masas. Por lo tanto, el cristiano no ora para
mantener las mentiras, sino para que la luz de Dios exponga el mal y restaure
la justicia.
3. El rol profético del cristiano en la ciudad. En un régimen autoritario, dos tentaciones amenazan la fe: la violencia revolucionaria, que destruye y alimenta el odio; la sumisión servil, que bendice el mal en nombre de una paz hipócrita. El discípulo de Cristo debe seguir un tercer camino: el de la resistencia profética pacífica, arraigada en la verdad y el amor. «¡Grita con fuerza, no te detengas! ¡Alza tu voz como trompeta y anuncia a mi pueblo sus transgresiones!» (Is 58,1)
El cristiano no solo es ciudadano del
cielo; también es sal y luz en la sociedad (Mt 5,13-14). Es en este sentido que
debemos entender esta cita del obispo Dogmo, quien dijo que no debemos enviar a
la gente al cielo como si la tierra no existiera. El silencio de un cristiano
ante la injusticia es una traición a su misión.
4.
La oración en tiempos de crisis: Un acto de verdad.
¿Debemos seguir orando por la nación bajo un régimen injusto? Oremos por la nación, sí, pero no según las palabras impuestas por quienes están en el poder. El cristiano ora: para que Dios revele la verdad sobre el fraude y la injusticia; para que los líderes se arrepientan o se aparten y sean reemplazados por hombres justos; para que el pueblo permanezca sereno pero firme en la justicia; para que la verdadera paz —la paz de Dios— brote en medio de la crisis. «¡Que la justicia fluya como un río, y la rectitud como un arroyo inagotable!» (Am 5,24)
Una oración sincera por la nación no
es una evasión: es un acto profético de resistencia espiritual.
5.
La Iglesia: Un santuario de la verdad, no un escaparate de poder. Cuando
los líderes visitan las iglesias para «pedir la paz», los pastores y sacerdotes
deben ejercer un profundo discernimiento espiritual. El altar del Señor no es una plataforma política. La Iglesia debe: proteger a los débiles y a las víctimas; denunciar las mentiras, incluso cuando provienen de las más altas
esferas; recordar a los líderes que
rendirán cuentas ante Dios. El apóstol Pablo dijo: «¡Ay de mí si no predico el evangelio!» (1Cor 9,16)
El verdadero evangelio no es el que
apacigua a los tiranos, sino el que despierta conciencias.
6. El cristiano: Testigo de la paz justa
El
cristiano no debe odiar ni guardar silencio. Resiste mediante la verdad, la
oración, la solidaridad y la no violencia activa. Apoya toda iniciativa de
transparencia y justicia. Cree que Dios actúa en la historia, incluso cuando
todo parece perdido. «No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el
bien» (Rm 12,21)
Conclusión: La paz según Dios
La
paz que Dios espera del cristiano no es la ausencia de conflicto, sino la
presencia de justicia. El creyente no ora por la estabilidad de un sistema
corrupto, sino por la conversión del corazón, la verdad y la restauración moral
del país.
El
cristiano no es cómplice ni violento. Es profético: denuncia sin odiar, espera
sin callar, ama sin corromperse. Así se convierte en el verdadero guardián de
la paz de Dios en una nación en crisis.

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