Sábado
30 septiembre 2023 “Nunca más”, las experiencias vividas por
migrantes y refugiados en el desierto del Sahara
El domingo pasado, 24 de septiembre, celebrábamos la
Jornada Mundial del Migrante y Refugiado. El Papa Francisco eligió como tema de
su mensaje “la libertad de elegir entre
emigrar o quedarse”, con la esperanza de que la libertad de emigrar o
quedarse esté garantizada para todos.
Es curioso ver cómo el dinero, las mercancías, los
futbolistas, los diplomáticos, los turistas y los comerciantes puedan viajar y
circular libre y felizmente, pero quienes nacen 'en el lado equivocado' están
automáticamente destinados a desaparecer y, a ser posible, sin dejar rastro.
Durante años, hemos sido testigos de desapariciones
diarias de migrantes en el desierto arenoso del Sahara o en aguas del mediterráneo
y del océano atlántico en el camino hacia las Canarias.
Los controles fronterizos, las expulsiones y
deportaciones de migrantes en Marruecos, Túnez, Argelia y Libia más allá, en
medio del desierto hacia el país fronterizo, han aumentado en los últimos años gracias
a políticas comunes de colaboración en materia de gestión migratoria
financiadas en gran parte por la Unión Europea. Los desaparecidos a veces
regresan y cuentan lo ocurrido en la trinchera que separa Argelia de Marruecos,
en Oujda, en la frontera con Ceuta o Melilla, en Libia…
“Nunca más”, escriben quienes han
sufrido y sufren por quiénes son y por lo que buscan.
Estos
días leía el testimonio de dos jóvenes: Roman de Nigeria y de John de Ghana que
se escondieron uno junto a la hélice y el otro junto al timón de dos grandes
barcos mercantes y sin saber su destino llegaron hasta Sao Paolo en Brasil después
de 2 semanas de viaje casi sin nada.
Los dos querían salir de ambientes sociales llenos de
violencia, pobreza y donde la falta de trabajo impide soñar con un futuro mejor.
Era la segunda vez que Roman Ebimene, soltero de 35
años, intentaba salir de Nigeria desde el puerto de Lagos. John Ekow , casado y con dos hijos, siguió a su amigo que iba a la aventura
para construirse un futuro, zarparon desde el puerto de Abiyán, en Costa
de Marfil.
No llevaban agua ni provisiones para tantos días.
Jamás habían pensado en un itinerario tan largo, mientras trataban de entender
cómo una embarcación de ese tipo podía tardar tanto en llegar a Europa o a
Estados Unidos, los dos destinos donde anhelaban recomenzar sus vidas. Se preguntaban
una y otra vez adónde se dirigía este barco.
A la sed desesperante que empezaron a sentir se agregó
la incertidumbre de saber cuánto tiempo más podrían sobrevivir.
A los 14 días escucharon los motores de las patrullas
costeras acercarse al carguero. Estaba amaneciendo y Roman decidió jugarse la
vida manteniendo el equilibrio caminó por sobre el timón, se sentó en él y empezó
a gritar y a pedir ayuda.
Las imágenes de estos hombres en condiciones extremas
dieron la vuelta al mundo, dejando en evidencia los actos desesperados que
miles de migrantes realizan cada día con el fin de huir de sus países en busca
de sobrevivencia. Estaban en el puerto de Vitória, en el sudeste de Brasil, donde
los recibieron como refugiados. Fueron acogidos por Missão
Paz (Misión Paz), una organización dirigida por los
religiosos escalabrinianos.
Los dos hoy tienen sus necesidades básicas cubiertas y
su desafío actual es aprender el idioma, para así poder trabajar. Ambos
comienzan así otra etapa en su historia de migrantes, la de insertarse en una
nueva sociedad. Según los expertos, esta fase puede generar aún más angustia
que los traumas vividos en el barco, porque habitualmente el choque cultural,
las resistencias sociales y la indiferencia al sufrimiento humano son fuente de
una profunda frustración.
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