sábado, 25 de agosto de 2018

Ecos de la Sabana--nº 70- Experiencia misionera Antonio en Camerún y fotos

Aquí os dejo el álbum de fotos que ilustran su experiencia.



EXPERIENCIA DE ANTONIO
Era uno de los anhelos durante mucho tiempo y este mes de julio he podido vivirlo. Una experiencia misionera en el corazón de África, gracias a la acogida y hospitalidad de la comunidad javeriana de Yaundé. A Ángel de la Victoria lo conocí en Murcia y puedo presumir de su amistad durante estos años a pesar de la distancia. Me he ofrecido a plasmar en unas líneas la vivencia de estas semanas y señalaré aquellos momentos más relevantes. No quiero detenerme en el shock que supuso una realidad como la africana para un europeo como yo, incluso antes de aterrizar. La escasa iluminación de la ciudad desde el aire; la climatología ecuatorial; el estado de las infraestructuras; el caos circulatorio; el ritmo de vida; la gastronomía, etc. Estas palabras quieren ser un homenaje a los misioneros javerianos que viven en Oyom-Abang, un barrio de la periferia y que tiene a la parroquia de Jesús, el buen pastor, como epicentro de su labor pastoral. Sin ambages, puedo decir que viven el evangelio, su radicalidad, la opción por los pobres, en entrega y servicio, con una austeridad que nunca antes vi y, sin embargo, con una alegría que surge como don venido de lo alto. La vida evangélica en javeriano.
La eucaristía diaria es a las seis de la mañana y es emocionante comprobar cómo la iglesia se llena habitualmente, a pesar de no haber amanecido aún. La liturgia sobria se complementa con una participación activa, con unos cantos que mueven al corazón y con una expresividad que aquí ni siquiera atisbamos. Tras la misa, al rezo de Laudes se quedan unas cincuenta personas. Desde el primer día, me sentí acogido por toda la gente que integra esta parroquia, su cercanía me hizo sentirme como uno más. Uno de los momentos más intensos lo viví acompañando a Ángel en su visita para llevar la comunión a algunos de los enfermos de la parroquia. No recuerdo sus nombres pero me emocionó comprobar cómo, a pesar de estar postrados en el lecho y muchas veces solos, se sabían el evangelio del domingo, dialogaban con Ángel, rezaban desde el hondón del corazón y después recibían el cuerpo de Cristo con una devoción conmovedora. Me dejó sin palabras ver cómo antes de irnos siempre nos daban algún detalle, una bolsa de fruta, como agradecimiento.
La experiencia en la escuela de verano ha sido muy gratificante. Todas las mañanas se recibía a alrededor de un centenar de niños del barrio. Es laudable y ejemplar la dedicación de las monitoras (Jessy, Nelly, Sandra, Erika, Alessandra…) que cada día enseñan gratis et amore diversas disciplinas –inglés, matemáticas, geografía, religión- junto con un tiempo de juegos y esparcimiento. Sentir la sonrisa franca e inocente de los niños con los que cada mañana me encontraba, sentir su mirada gozosa a pesar de no haber desayunado y, como presencié, tener solamente en una bolsa de plástico un pequeño puñado de arroz cocido para comer durante esa jornada. Sus ganas de aprender, de bailar, de rezar… Era emocionante ver cómo entraban a la iglesia antes de asistir a la escuela, escuchaban con atención el evangelio del día, rezaban el padrenuestro… Sin duda, la experiencia con estos niños y adolescentes ha marcado mi paso por Yaundé, contraponiendo irremediablemente mi labor docente en Murcia (España) con la situación de Camerún. Unas pocas pizarras, una tiza y unos bancos gastados eran el medio con el que se enseñaba y, sin embargo, se transmitía una vida, una pasión que, por desgracia, parece que aquí hemos perdido.
Otro de los momentos impactantes de mi estancia fue la visita a diversos centros hospitalarios, alguno público, pero otros regentados por instituciones religiosas. El que más llamó mi atención fue el construido gracias a Manos Unidas y en el que realizan su trabajo unas religiosas que dan su vida por acompañar, curar y educar sanitariamente. Sin ellas, el barrio estaría dejado, nunca mejor dicho, de la mano de Dios. Es casi escandalosa la comparación con centros sanitarios de nuestro país, pero la escasez de medios se mitiga con una entrega apasionada.
Y para no ser demasiado prolijo, me gustaría detenerme por último en la comunidad de Yaundé, donde fui acogido. Como sé que estas letras van destinadas a los célebres Ecos de la sabana, y Ángel no es muy partidario de echarse flores, aprovechando la coyuntura quiero poner negro sobre blanco lo que vi. Venid y veréis. Vi que tenían preparada una habitación con mi nombre en la puerta. La habitación podía ser austera pero en ningún hotel del mundo me sentí mejor acogido. Vi cómo sin conocerme me ofrecían lo que tenían, que no es ni mucho ni poco, sino todo. Vi las cuatro salas que tienen como recibidor y que siempre alguna acogía a gente que venía a hablar, a desahogarse, a confesarse, a ser escuchada. Vi que la comida era frugal pero sabrosa, al estilo de lo que un camerunés puede comer. Mucho arroz y mucho plátano. Pero lo que vi también fue cómo de la manera más natural del mundo cada noche un anawim, un pobre de Yahvé, que había perdido todo, entraba al comedor y se sentaba en el sitio que tenía reservado por la comunidad. Uno más entre ellos. Vi también cómo los lunes cuidan como si del jardín edénico se tratase de los arbustos y de la hierba para tener el huerto bello. Vi cómo además de su labor pastoral estudian teología para dar mejores razones de su fe. Vi cómo invitaban a desayunar a aquellas personas que colaboraban en la limpieza de la iglesia al más puro estilo de las bienaventuranzas. Vi cómo mantienen una pista de deportes para que jóvenes del barrio puedan venir a jugar porque es la única que tienen. Vi cómo se crea una asociación de atención a víctimas de accidente en homenaje a su hermano Carlo fallecido en accidente de tren. Vi cómo son capaces de celebrar una eucaristía con el pueblo y cantar con ellos; pero a la vez mantener una vida de oración y silencio que fortalece su fe en esa capilla austera que era un hontanar de vida. Vi cómo los estudiantes que se están formando en teología transmiten esa fe y esa esperanza en hacer del mundo una familia. Y vi cómo unido a ellos y a Ángel, vencíamos por un contundente 7 a 3 al equipo formado por los jóvenes que venían de la diócesis de Cartagena. Vi cómo cada día terminaba el día cansadísimo de solo acompañar a Ángel en sus labores cotidianas. Y pensaba que este era su día a día durante todo el año. Pero sobre todo vi cómo la gente se dirige a los javerianos, con una alegría de saberse acogidos, de sentirse únicos.
La experiencia misionera en Yaundé ha sido aprender…
Aprender a no tener miedo a salir de tu tierra, como Abraham.
Aprender que la lengua, la cultura, la visión del mundo, la manera de orar, de hacer comunidad tenían un sabor diferente, pero era un abrazo entre dos mundos tan distintos y distantes pero unidos en Cristo.
Aprender de quien te ofrece todo lo que tiene, que es toda su persona.
Por eso desde aquí vuelvo a dar las gracias a Ángel y a su comunidad de Yaundé: a Beppe, que sigue entregado al barrio y ni la edad ni la enfermedad lo detienen; a Gianni, el primer javeriano que conocí y a quien pude volver a saludar después de tantos años. A los estudiantes Hermann, Jean, Kardi, Christophe, Collins …, por su servicio y acogida. Y a Ángel, que me mostró por unas semanas la vida misionera en el corazón de África y me demostró con creces la amistad que desde muchos años seguimos cultivando, aunque no tuviera piedad conmigo en el ping-pong. Merci beaucoup! Y seguimos unidos en la oración.
Antonio Fernández Del Amor


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Quizá también te interese:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...